(A Dionisio Martín, siempre agradecido por su amistad)

En el mundo celeste de las fraternidades,

como una diminuta simiente germinada,

aparece veloz el corcel que porta el viento

de las empatías y los consuelos mutuos

desparvados en un despacho o en un café,

o en aquella miscelánea de voces y músicas

en la impersonal sala de los silencios.

Hubiera querido traer cura a enfermedades

que dañan la voz, el cuerpo y el alma dada,

pero hube de quedarme en el fiel asiento

donde moran los distópicos pensamientos

y ese dulce aroma de inexpresividad y fe

que de alguna forma melifican las bocas

fuera de los inhóspitos ruidos y bullicios.

Hubiera querido Dioniso, ver donde accedes

a esa puerta de fuerza y bondad agrandada

que te aloja seguro y muy cerca del viento

 y decirte en  unos versos que tus hitos

merecen la música percutida de un adufe

y de ese regalo tuyo en letras demóticas

que conservo entre mis pasos catedralicios.

               *Juan Carlos García-Ojeda Lombardo.