Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 54. Otoño-2018

Asociación Cultural Claustro Poético

 

  Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

  Coordinador: Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Obstinado otoño

Aquella noche

Transición

Deseo

Del amor por los bárbaros

Kustendge, a orillas del mar Negro

Los arqueros de la tarde

Soneto VII (Ballesteros de la Tarde)

La envidia sana (vídeo-poema)

Despedida

Ausencia

Ese empresario listillo

Sinagoga del Agua

Otíñar

Recogiendo aceituna

El corazón como escuela de poesía

La humildad como ejercicio

La luz proviene del corazón que soy

No hay árbol que el viento no desnude

Nuestra poética de todos los días


Colaboraciones

Invisible

El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde


Noticias

Certámenes de poesía octubre-diciembre-2018


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Invisible*


 

   Bajó con el viento de la montaña, a donde la gente se agrupa, cerca del mar. Traía un pendón enarbolado, la enseña de su estirpe, el orgullo de un pueblo izado sobre un pequeño valle, un nido de águilas cada día más vacío; donde cuesta romper los sentimientos comunitarios forjados por siglos de historia, de lazos de sangre, sagrados, grabados en sus genes.

 

“Sobre el monte pelado
un calvario.
Agua clara
y olivos centenarios.
Por las callejas
hombres embozados,
y en las torres
veletas girando.
Eternamente
girando.
¡Oh pueblo perdido,
en la Andalucía del llanto!”

 

              Pueblo. Federico García Lorca.

 

   Junto al mar, tuvo que rendir su pendón y diluirse en la marea humana que lo invade todo, marcando un continuo vaivén en el ritmo de las horas, en el autobús, en el metro, en el paso de la gente… En la ciudad se sintió invisible, como las estrellas tragadas por su noche, invisibilidad que marca la soledad de la existencia. Pasea por la calle y nadie le mira. Observa a la gente, la sigue con la mirada, fija y, a veces, descarada. Nadie parece verle, incluso en el cristal reflectante de los escaparates ve la infinita caterva en la que él parece no estar. Mientras sigue el vaivén entre murmullos, un sonido perdido de algún lugar, el runrún que al unísono vibra los tímpanos de la gran ciudad, como si quisiera borrarle de la existencia.

 

“Se mira en el espejo que ya no le refleja,

todo, menos él, aparece en la fría superficie,

la habitación, muebles y cuadros, la variable luz del día.

Así aprende, con terror silencioso, a verse,

no en los gestos teatrales -aún rasgos humanos- de la muerte,

sino en los días de después, en el vacío de la nada.

Inútil cerrar los ojos, estúpido romper el terco espejo,

buscar otro más fiel o más amable.

Es él sólo, el hombre invisible, el que desaparece,

es sólo él, una huella borrada,

que no contempla a nadie, porque es nadie,

la nada en el cristal indiferente de la vida.”

 

              El hombre invisible. Juan Luis Panero.

 

El hombre invisible. Salvador Dalí

 

   Y, sin embargo, está ahí, casi en otra dimensión, observando la locura de la vida, la prisa, las carreras a ningún sitio, la lucha y competitividad por no sabe qué, cada cual con sus actividades –programadas o no programadas–, sus objetivos –conseguidos o no conseguidos–, sus alegrías y frustraciones, sus fortalezas y debilidades... Bien engarzados en los andamios de la sociedad dan visibilidad a otras vidas. Pero él es de otro mundo, un alienígena que el viento trajo de la montaña, al que nadie ve. Y piensa: si pudiera volver a ese lugar que quedó grabado con fuego en su mente de niño y adolescente. Recuerda cada casa, cada esquina, cada escalera de la empinada calle que parecía llevar al cielo, las vacas bajando al pilar con su curtido vaquero, los hatos de cabras de errática marcha, los altivos muleros, mujeres barriendo las calles tras el paso del ganado, niños saliendo de la escuela en caótico bullicio… Hoy sólo quedan algunos viejos, que toman el Sol junto al pilar y la vieja iglesia, mientras que de reojo observan el cercano cementerio. El olvido lo envuelve todo y a todos, como a él. Pero se sabe inmunizado frente al cántico de las sirenas, con la esperanza de volver y ser visible, allí en la montaña, junto a los últimos de su estirpe.

 

"Regresar, ir, volver a ese lugar,

donde me invade toda la paz,

que pueda encontrar en el mundo

y me rodea una dicha beatífica,

y me siento parte de ese entorno.

Puede ser el margen de piedras,

de un camino perdido en el campo,

herido por el rojizo sol de la tarde,

e iluminado con fuerza arrolladora,

por los últimos rayos del día.

Nada especial, incluso algo vulgar

!Pero importante para mí!

Y correré hacia él , tras la higuera,

delate del almendro retorcido.

Y allí estará esperando...

como siempre lo hace...

desde hace tantos años.

Me sentaré sobre ese repecho,

de piedras secas y apiladas,

que hace mucho alguien colocó.,

para separar los campos de trigo.

Sobre el que ahora crecen plantas,

agostadas por el calor del verano.”

 

              El Regreso. María Luisa Heras Vázquez.

 

                *Juan Antonio López Cordero.

 

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