Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 62. Otoño-2020

Asociación Cultural Claustro Poético

 

  Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

  Coordinador: Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Por Hache o por Be

Presunción de insolencia

Mirada inocente

Noche de verano

Amar América

Desde mi torre de adobe en La Habana

Juego de rol (video poema)

Reconocimiento (video poema)

Superluna (video poema)

Luces y notas en fa

Y llegarán los días

A la luz de la inspiración como fuerza de vida

La búsqueda de Dios a nosotros

La enzima del espíritu

Llamados a ser el verso que no perece

Observo que la vida es compromiso

Todos aspiramos a una vida luminosa

Unidos al verso el pulso se hace vida

 


Colaboraciones

Antonieta in love / Poetae artis / Diario de navegación

Fuente del Saladillo

 


Noticias

Certámenes de poesía octubre-diciembre-2020

 


Colaboran en este número

 


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Antonieta in love / Poetae artis / Diario de navegación*


 
 

García de León, M. A.: Amar América, Prólogo J. E. Delmonte. Epílogo M. Morrison. Pigmalión Literaturas Hispánicas. Colección Literaturas Hispánicas. Crear y Pensar en español. Madrid, 2020.

 

 

ANTONIETA IN LOVE

 

Antonieta enamorada. Enamorada de una América insólita e insondable, a la que nunca se llega a abrazar completamente, porque se escabulle entre los laberintos y matorrales de sus selvas, entre los sinuosos meandros de sus eternos ríos, entre las crestas amuralladas entre las nubes de sus inmensas cordilleras. Esa inabarcable América es la que María Antonia García de León, Antonieta, enlaza con la voz y el ritmo de sus poemas y de su prosa poética que gravitan entre las lianas y los conglomerados de edificios rascacielos, entre las cataratas y cascadas naturales y los albañales de las grandes megalópolis americanas, entre el candor de sus gentes y el bullicio de sus abigarradas plazas.

Ella es capaz de adormecerse en el arrullo de una canción de cuna que se enlaza con su infancia, con sus recuerdos manchegos y, en la ensoñación de sus desvelos literarios, a veces se pregunta: “¿dónde está el centro? ¿dónde la periferia?” (p.29) y que solo tiene respuesta en la voz arcana de Blaise Pascal, que remedando al Cusano, nos dice que “el universo es una esfera donde el centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”.

Antonieta camina sobre los bordes de adobe y granito de las viejas murallas precolombinas y se recrea haciendo enlaces de rima y gracias con las otras murallas de la vieja Castilla. Ella sabe que ambas son ancestrales y que la vieja Europa es tan antigua como la nueva América, pues ambas se entrelazan en las molduras que teje el tiempo a las que une la mar océana.

Ese océano Atlantis que es un puente líquido y vertebral que desafiaba más allá de las Columnas de Hércules a los aventureros y navegantes que con valor colombino se adentraron en sus aguas, a veces oscuras y temperamentales en olas y tempestades infinitas, pero que se rendían a los más avezados para brindarles un camino equinoccial que les unía en el abrazo sacrificial de dos mundos encontrados que se combatieron y se amaron a la vez.

García de León nos habla de ese amor entre bastardos y mestizos que generó la fuerza de la sangre criolla, indomable y persistente en la búsqueda de su propia identidad, que se plasmó con sangre y fuego, pero también se nutrió del encuentro carnal de dos modos de ser y de pensar que, como en el caso de Malintzin y Cortés, les unió en el tálamo más allá de las refriegas palaciegas. Ese amor, como nos recuerda Antonieta: “Doña Marina, Malintzin, dos nombres, dos glorias. Tú fuiste llamada La Lengua, el habla que comunica dos mundos, Tú hiciste unión y cultura. Doña Marina, la Malinche, la que tendió el puente de la palabra. La primera diplomática del Nuevo Mundo” (p. 46).

Los poemas de Antonieta no se rinden, siguen permanentes en un combate azaroso entre la nostalgia y el regocijo, en la búsqueda de conocer ese mundo americano que le atrae con embrujado influjo desde sus primeros pasos literarios. Amar es esa capacidad de unir trozos diferentes de la existencia humana, de vertebrar aristas aparentemente imposibles, de aunar esfuerzos conjuntos que se subliman en encuentros rituales de cuerpos y de almas, pero sobre todo de ideas y de conceptos culturales. Eso que ha ocurrido entre Europa y América, tan diferentes y a la vez tan iguales en una idiosincrasia que cuando es cooperativa sabe amar, siempre que no se enquiste en las diferencias. Como nos recuerda Jorge Luis Borges, otro de los amados de Antonieta, “quizás, cuando alguien está enamorado, no se equivoca. Quizás, los que no están enamorados, son los que se equivocan”.

 

POETAE ARTIS

 

Oficio de poeta. En otras ocasiones y sobre esta autora he señalado que “tiene oficio de poeta”, pues sabe abrazarnos con su variada gama de matices literarios en el uso cuidado y bien elaborado de sus escritos y poemas. Esta obra que comentamos es un compendio de muy buenas y perfiladas reflexiones, enriquecidas con una esmerada selección de citas que encuentran el cobijo oportuno, tanto en su prosa como en sus poemas, reflejando un conocimiento acabado del buen uso del lenguaje.

En esa América inmensa, donde “en el espacio americano, un metro vale por diez” (p. 54) ella sabe también adentrarse en las ciudades, abandonando momentáneamente las riberas, los surcos de las aguas fluviales, la densa humedad de las abigarradas selvas, las aldeas de junco y barro que se ocultan en el follaje impertérrito de una vegetación implacable, para dejar los caminos de tierra colorada e inmensos hormigueros de termitas. Entonces se adueña de esas grandes megalópolis americanas que como manchas blancas se destacan en los planisferios. ocupando el verdor de la naturaleza y el marrón de las cordilleras y que jalonan de norte a sur el esqueleto del continente americano; San Francisco, Ciudad de México, Buenos Aires, la Habana por citar algunas de su amplia selección reflexiva. Como los hormigueros selváticos, esas estructuras de cemento encierran en sus entreveradas avenidas y edificios que con sus alturas retan a las nubes los enigmas insondables de lo que con cierta petulancia nos atrevemos a llamar civilización, pero que no dejan de ser aglomeraciones urbanas.

No obstante, la autora sabe desentrañar sus ignotos misterios que desbroza con esa sutil habilidad, de la que hicieron gala los viajeros románticos cuando fueron descubriendo el mundo clásico, para describir a Buenos Aires como “la capital de un imperio que no fue” (p. 62), o a San Francisco “como esa eterna novia que asusta al atardecer” (p. 64), o México “donde bulle brava la vida” (p. 102) y la Habana, con “patios traseros desmoronados, a la espalda, la gran mansión” (p. 129). Aquí, Antonieta ya no solo es la poeta sino también la socióloga y con minuciosidad de cirujano va diseccionando las realidades americanas y como buen galeno busca la etiología de los males del continente y los conjura con un bisturí poético que encuentra en la lengua española que nos une “las palabras para amar (…) con una lengua que se enseñorea con eñe y otras tantas hermosuras (…) Escribimos y la tierra tiembla” (p. 124).

Escribimos y la tierra tiembla. Qué gran verdad y que bien dicha está. Es el Verbo la clave de la creación, pues narra la tradición que en una primigenia sílaba comenzó la vibración de un punto inefable que dio comienzo al todo, y de allí la palabra y tras la palabra la grafía, para que los seres humanos nos enseñoreemos con la fuerza del lenguaje que, como en un juego babeliano, logremos entendernos a pesar del laberinto de los términos. La voz y la palabra tienen el arresto soteriológico que encierra la comunicación y más aún cuando el Verbo encarnado se hace poesía pues, como agrega la autora, “hablamos y la tierra tiembla” (p. 124) para, al cabo, terminar diciendo: “dulces palabras, sabéis a mar, a sueño, a consuelo. Os digo y la Tierra ama” (p. 125).

 

DIARIO DE NAVEGACIÓN

 

Cuaderno de bitácora. Esta obra de García de León es un diario de navegación, un cuaderno de bitácora de alguien que sabe navegar por los acuíferos contornos del planeta y llegar a tierra en el momento oportuno, siguiendo el “efecto kairos”, de saber coger el “instante preciso” y plasmarlo en un poema o en una literaria reflexión.

Somos el resultado de anhelos y vigilias que resumen lo que vislumbramos en los sueños de una noche anterior y es en ese espacio que une la noche con el día y también el día con la noche, cuando los poetas se reencuentran para constituir la república de los versos, esa plaza común donde se reúnen las almas tocadas por las musas que, a diferencia de sus congéneres saben interpretar los arcanos de la vida y les dan forma y contenido en materia verbal. En esos conciliábulos nos dice Antonieta: “Miro las páginas de vuestros versos. Palabras-lianas, palabras-cataratas desparramadas devoran el blanco del papel. Poetas Selva. Sois las hijas de Rubén, las hermanas de Cadenas, sois las del verbo florido (p.56).

Las palabras también se navegan. Las frases son los remos, el verbo el timón y el ritmo y las rimas las olas de la mar. Todo poeta es por tanto un navegante y sus poemas son un diario de navegación que guarda en la bitácora de sus inspiraciones. Con el sextante mide los ángulos de su derrota literaria, pues como buen nauta, más que añorar el puerto, busca siempre hacerse a la mar para ganarle la partida a las ensoñaciones, o naufragar y dejarse arrastrar hacia la sima más profunda de la cuenca marina. Para el poeta no hay dobleces ni engaños, su circunloquio tiene el espesor de su alma, un alma de marino empedernido que se arrebata con las palabras, como el capitán lo hace con la tormenta y que reposa en calma chicha, cuando aguarda la esquiva inspiración.

Cuando releo los poemas de García de León intuyo la fuerza del fatum que encierra el destino de los poetas y me vienen a la mente las reflexiones de Maqroll el Gaviero, que con tanta maestría describiera Álvaro Mutis, cuando en sus empresas y tribulaciones nos indica “la piedad de los dioses, si existe, es para nosotros indescifrable o nos llega con el último aliento de vida. Nada se puede hacer para librarnos de su arbitraria tutela”. A ella la han marcado dos destinos, el europeo de la Mancha sobria y el americano de la desmesura y de la hibris, como bien nos dice: “en mí, dos opuestos complementarios: el pájaro solitario que no luce color y en esplendor, brilla la guacamaya” (p. 147).

Además, su barca de “Amar América” lleva tripulación. La acompañan otros fogueados marinos de la pluma y la palabra que, en el caso de José Enrique Delmonte, se ocupa de cuidar la proa de la nave con un acertado Prólogo y de Mateo Morrison, que calafatea la popa con un Epílogo sobre la diversidad escritural. La tripulación se compone de avezados trotamundos de la palabra, con otras voces y otros amores, como Gloria Nistal, Ana Becciu, Julia Sáez Angulo, Angelina Muñiz-Hubermann, Martín Gómez-Ullate, José Luis Anta Félez, Conchi Piñiero, Edda Armas y Juan Antonio García Galindo, quienes corroboran y avalan la ruta de navegación y el dominio del timón de García de León.

La obra concluye con una miscelánea fotográfica que marca los puertos humanos, donde ha atracado el buque insignia de Antonieta que reclaman para los lectores y las lectoras la capacidad de visualizar estos encuentros marineros de la poesía hispano-americana.

Una obra muy recomendable para conocer el alma de los “dos costados del océano” que en un estrecho vínculo verbal les unen la poesía y el amor, y quien suscribe, en mi condición de argentino y español, doy fe de que se puede amar entre ambas orillas.

 

              *Juan Manuel de Faramiñán Gilbert, Catedrático emérito de la Universidad de Jaén.

 


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