Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 50. Otoño-2017

Asociación Cultural Claustro Poético

 

  Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

  Coordinador: Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Retorno a la piedra

Banderías de hoy

Aromas del camino

Imagen luminista

Siempre navego

Réquiem

A mis abuelas María Loreto y Ramona

Cantad y bailad

Bajo las sábanas del cielo

La preciosa mirada de un preciso momento

La realidad que me circunda

Llámame alma para ser vida

Mi alma te ansía, Señor

No me digas cuánto, sino cómo

Reniego de toda pobreza intelectual

Caracol que sueño sobre una cosa que mata

Deja que hable Ezra Pound

The Swand


Colaboraciones

Viejo

Las buenas personas no son envidiosas

La Suite Francesa


Noticias

Certámenes de poesía octubre-diciembre-2017


Colaboran en este número


Nos anteriores

 

Año Primav. Verano Otoño Invier.
2005 0 1 2 3
2006 4 5 6 7
2007 8 9 10 11
2008 12 13 14 15
2009 16 17 18 19
2010 20 21 22 23
2011 24 25 26 27
2012 28 29 30 31
2013 32 33 34 35
2014 36 37 38 39
2015 40 41 42 43
2016 44 45 46 47
2017 48 49    

 

 

Viejo*


Casi roza el siglo de edad, sentado en su silla de anea y madera, a la puerta de la casa. Con el rostro cansado y los ojos entreabiertos absorbe los rayos del Sol de febrero. Su cuerpo no da para andar más allá de unos metros del hogar y reposar sobre esa silla, vieja y estoica, como él, que aún sobrevive en esta nave a la deriva, a la que azotan los temporales con cruel saña. En el camino se quedaron muchos compañeros. Él los vio irse uno tras otro. A veces se pregunta por qué sigue aquí.

 

Se siente cansado, muy cansado, su cuerpo cada día responde peor al movimiento. Su cerebro quiere dormir. Parece no temerle a la muerte o quizás lo oculta. Junto a él, el tiempo se detiene. Su reloj marca las horas del pasado, porque el futuro cada vez imagina más incierto.

 

“Entre montes, por áspero camino,

Tropezando con una y otra peña,

Iba un viejo cargado con su leña,

Maldiciendo su mísero destino.

 

Al fin cayó, y viéndose de suerte

Que apenas levantarse ya podía,

Llamaba con colérica porfía

Una, dos y tres veces a la muerte.

 

Armada de guadaña, en esqueleto,

La Parca se le ofrece en aquel punto;

Pero el viejo, temiendo ser difunto,

Lleno más de terror que de respeto.

 

Trémulo la decía y balbuciente:

Yo... señora... os llamé desesperado;

Pero..."-"Acaba; ¿qué quieres, desdichado? "

-" Que me cargues la leña solamente ".

 

Tenga paciencia quien se crea infelice,

Que, aun en la situación más lamentable,

Es la vida del hombre siempre amable.

El viejo de la leña nos lo dice.”

 

           El Viejo y la Muerte. Félix María Samaniego

 

Hace tiempo que lleva la soledad como único concierto, baila con ella invitando a los recuerdos, quizás con la satisfacción del deber cumplido, y la queja del desagradecimiento. Vuelven los hijos de tarde en tarde acallando su conciencia. Sabe que ya no son los padres guías de la familia, al menos él, pero asume estoicamente su rol invisible, casi desahuciado de una sociedad frenética, arrolladora y, a la vez –piensa–, tan estúpida.

 

“Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco,

en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía.

Yo pasaba por allí a aquellas horas y me detenía a observarle.

Era viejo y tenía la faz arrugada, apagados,

más que tristes, los ojos.

Se apoyaba en el tronco, y el sol se le acercaba primero,

le mordía suavemente los pies

y allí se quedaba unos momentos como acurrucado.

Después ascendía e iba sumergiéndole, anegándole,

tirando suavemente de él, unificándole en su dulce luz.

¡Oh el viejo vivir, el viejo quedar, cómo se desleía!

Toda la quemazón, la historia de la tristeza,

el resto de las arrugas, la miseria de la piel roída,

¡cómo iba lentamente limándose, deshaciéndose!

Como una roca que en el torrente devastador

se va dulcemente desmoronando,

rindiéndose a un amor sonorísimo, así, en aquel silencio,

el viejo se iba lentamente anulando, lentamente entregando.

Y yo veía el poderoso sol lentamente morderle

con mucho amor y adormirle para así poco a poco tomarle,

para así poquito a poco disolverle en su luz,

como una madre que a su niño

suavísimamente en su seno lo reinstalase.

Yo pasaba y lo veía.

Pero a veces no veía sino un sutilísimo resto.

Apenas un levísimo encaje del ser.

Lo que quedaba después que el viejo amoroso,

el viejo dulce, había pasado ya a ser la luz

y despaciosísimamente era arrastrado

en los rayos postreros del sol,

como tantas otras invisibles cosas del mundo.

 

                El viejo y el Sol. Vicente Aleixandre.

 

http://www.bcn.cat/museupicasso/es/exposiciones/temporals/Picasso-davant-Degas/images/ambits/a1-1.jpg

El viejo pescador. Pablo Picasso

 

Quiero verme en su espejo de longevidad y, sin embargo, temo. Adoro su paz, su tranquilidad, su aparente ausencia de los conflictos que nos ahogan; su mirada y el diferente mundo que recoge y desliza por su mente, la otra visión que mis ojos no ven. Temo a la soledad, al silencio, a las limitaciones físicas y, quizás, mentales de la edad, a la falta de cariño y al dolor de ver pasar a los demás. Y, sin embargo, veo en él la luz que rompe la invisibilidad, fulgurante, ardiente, libro de la vida y fruto de poesía.

 

          *Juan Antonio López Cordero.

 

Envíanos tus poemas