Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 2.Otoño-2005

Asociación Cultural Claustro Poético

 

Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Sin estrellas

Anhelo de luz

Migrantes

Otro ladrillo en el muro

XVII

La Calma

Underground blue para...

Líneas de Nazca

Percival

El pájaro Pa-Pa... 

Laberinto

Torsos

De nuevo caigo de bruces...

Pseudo soneto en la memoria

Silente

El techo hipetro

Virgen cenicienta

El vástago

Las naranjas

Verdadero

Quimio

Carretera secundaria


Colaboraciones

Niño Ciego


Noticias

XV premio de poesía Ateneo Jovellanos

Poéticas desde la postmodernidad


Colaboran en este número


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    El niño ciego*


Es otoño, los días son cada vez más cortos. La luz pierde intensidad. El paisaje empieza a vestirse de color pardo y el suelo a cubrirse de hojas secas que, en un inexorable destino, desde las mustias ramas emprenden su último y corto viaje.

            Él sabe que algo ocurre, ya no se oyen trinar aquellas bandadas de gorriones sobre el árbol, junto a su ventana; el tacto del aire en su epidermis es más frío y hasta su olfato llega el olor a tierra mojada que traen las lluvias otoñales. Él es niño y ciego de nacimiento. Desde el vientre de su madre, la Naturaleza ya le dejó la retina sin nervio y la córnea opaca. Entre niño y madre se cortó el cordón umbilical que les unía, pero inconscientemente queda en él flotando otro cordón intangible, ansioso de comunicarse con el mundo y de encontrar a ese ser que por él  insufle  borbotones de vida.

            Ese niño ciego lo he visto antes muchas veces, mientras leía un libro o me absorbía contemplando una obra de arte. Han pasado muchos años y creo que es el mismo niño ciego de Vázquez Díaz, el que inmortalizó sentado en la silla de anea, tocando la bandurria, con su traje azul y la mirada perdida, junto a una pared de yeso de una vieja casa.

 

 

Es el mismo niño ciego que, en esa misma pintura, Vicente Aleixandre recordó en su niñez, cuando visitó el pueblo de Pegalajar, en la misma silla, con la misma bandurria, con la misma mirada, desprendiendo en su imagen y las notas musicales la misma sensación de queja, de injusticia y de impotencia, unidas a un sentimiento de resignación que no nos deja indiferentes:

 

“La cabeza, levemente ladeada, se bañaba en el aire quieto, y sus ojos dolorosos –uno casi borrado, el otro apenas una rayita blanca parecían tocados por una mano de bondad que los redimiese. Su cara absorbida, sacada a más luz, casi sonreía, y un soplo de ternura echado sobre los rasgos semejaba consentir la semitristeza, la semifelicidad de aquel rostro. La mano rozaba las cuerdas, y en el instante en que yo me asomé estaba recién alzada de una nota y parecía flotar nerviosa, sola, en la onda pura que levantaba.”

Vicente Aleixandre “El Niño Ciego de Vázquez Díaz

 

            Es también el niño ciego que rindió al guerrero Garcilaso, tan diestro en la pluma y la espada, cual caballero renacentista vencedor en letras y batallas, que cayó derrotado ante su imagen:

 

“Sabed que'en mi perfetta edad y armado,

con mis ojos abiertos, m'he rendido

al niño que sabéys, ciego y desnudo”.

                        Garcilaso de la Vega. “Soneto XXVIII”

 

Un niño ciego que está siempre presente en el alma de poeta, donde busca el refugio de una madre, con quien comunicar sus sentimientos. Ambos se necesitan, quizás porque miran con los mismos ojos:

 

 “¿Qué estrellas brillarán, madre, en la noche?

Pregunta sin querer, cierra los ojos

Y extático se queda

contando estrellas en su noche.”

César Brañas, “El Niño Ciego”

 

            Su noche es eterna, como eterna es su presencia, tan dulce, tan sensible, provocando palpitaciones en el poeta. Dicen que sus ojos no ven, no han visto nunca el mundo que nosotros conocemos, la catarata de colores que envuelven nuestro entorno, los rostros humanos desgarrados por sus problemas, el arco iris en el cielo, los sueños en imagen de los titiriteros... Sin embargo, él ve otras cosas que nosotros no vemos, porque nuestros ojos no nos dejan verlas, como el cariño de la madre cuando recorre su cara entre el tacto de los dedos mientras le canta una nana,  el volar de las notas que despegan de la bandurria al pentagrama del cielo, el monte del Olimpo en sus paseos a lomos de Pegaso o, al hablar con nosotros, las vergüenzas que escondemos.

            Es otoño y la lluvia sigue golpeando el cristal de la ventana, la bandurria está en silencio y el niño levanta sus ojos blancos al cielo. Es esa mirada perdida que nos desnuda, nos hace agachar la cabeza, mirar a otra parte y... comentar sobre el tiempo.

           *Juan Antonio López Cordero

 

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