Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 13. Verano-2008

Asociación Cultural Claustro Poético

 

Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Golondrina

Siesta de mi pueblo

Aprendí

Un taxi

Selva

George Bayley

En tu horizonte

Pensé que eras tú

Recuerdo

Junto al fuego

A un pino enamorado

Ansias de libertad

Donde mi voz no alcanza

Ese mundo burbuja


Colaboraciones

Catedral


Noticias

III Certamen poético Prometeo

IV Certamen de poesía Vicente Presa

XVI Premio de poesía Ateneo Jovellanos


Colaboran en este número


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Catedral*


 

           

La catedral, desde época medieval, siempre ha sido punto de referencia en las viejas ciudades. Su imagen ha destacado desde la lejanía, como punto telúrico en el paisaje urbano entre un abigarrado caserío. Esa montaña de piedras modeladas por el hombre, como un canto a Dios, a la vida, a la otra vida o al engreimiento personal, ha perforado el corazón de fieles e infieles; su teatralidad envuelve las mentes y siembra poesía en las gentes.

 

“Un viento viene de lejos

Armónica Montaña

Caja de resonancia del más delicado instrumento

Diapasón del mundo

Arca Dorada

CATEDRAL”.

            Catedral. Juan Eslava Galán

 

            Es la heredera del menhir, la torre de Babel, el obelisco, la pirámide... Es el hito del hombre en su afán de imitar la más alta cumbre de la Naturaleza, modelada a su imagen y semejanza, con su ideal de belleza, de equilibrio, de poesía...

 

“Piedras blancas, sagradas,

materia apenas; luz, luz aprehendida,

que se elevan, aladas,

toda gravitación ya suspendida.

Arrebatado miro

la pasión y la audacia de su vuelo:

aquí recta, allí giro,

y lisura de plano nivelados,

y cuidadoso celo

en mostrar a los ojos encelados

primores de cinceles

en medallas, en frisos recamados,

en fustes, en corintios capiteles.

Polígonos del aire, geometría

de la luz, concreciones

de espacio, de equilibrios, de armonía.”

            Catedral luminosa, la catedral de Jaén. Felipe Molina Verdejo.

 

            Las crónicas hablan de sus ilustres arquitectos y espléndidos patronos que dejaron constancia de sus escudos y blasones tallados en sus muros; históricos planos y pleitos trasnochados que hoy son tesoros de los archivos; grandes pintores, escultores y rejeros que con sus obras adornan los interiores; ricas capillas que albergan los restos de próceres señores; procesiones y misas, canónigos y prebendados...; incluso del viento, al que la catedral triunfante desafía:

 

“Corren y corren edades

junto a la Iglesia grandiosa;

por su cúpula ostentosa

resbalan las tempestades.

Y eterna y firme levanta

su continente sereno;

ni la hace temblar el trueno,

ni la muerte la quebranta”.

            La Catedral de Jaén. Bernardo López García.

 

 

Hoy la Catedral parece victoriosa, desafiante, eterna. Hechiza al trovador que canta su grandeza y es emblema de la ciudad, periódicamente azotada por el viento.

 

“Cresta que el viento rasga y desafía

con una cruz clavada en su cimera;

un antiguo castillo en la roquera

cerviz, que al sol despeña con el día.”

      Cúpulas entre las montañas... la Catedral.    Federico de Mendizábal.

 

Sin embargo, cuando miro la catedral no puedo ver en ella su grandiosa imagen, el viento que veo soplar entre sus muros no es el derrotado por su fortaleza, sino aquél que día tras día continúa en su incansable labor, sabedor de que tarde o temprano acabará con su gloria y reducirá esa “montaña” a un páramo desolado. Es como si delante de mis ojos se corriera una pantalla y en ella surgieran los miles de brazos que tallaron sus piedras en lejanas canteras, año tras año, siglo tras siglo. Esa piedra forjada por millones de años de silencio, hija de la sedimentación de Buffon en un mar vencido por las imperceptibles fuerzas tectónicas, que atesora la fuerza que el tiempo le ha dado y la mano del hombre ha convertido en creación. Veo cómo se proyecta en ella la vida de los sufridos arrieros que con carretas de bueyes transportaban las piedras por dificultosos caminos; las legiones de obreros que izaron los muros entre sudor y sangre; los cientos de hombres que dejaron su vida en este arduo trabajo y de los que nadie habla. Veo los rostros iluminados de gentes sencillas llevando en su mirada sus grandes problemas, sus sueños anhelados, sus miedos, sus penas; el punto de encuentro de eternos estamentos, de grandes contrastes; y ese mendigo, sentado en la puerta principal, con su mano extendida, exigiendo la limosna por caridad...

 

Juan Antonio López Cordero*  

 

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