Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 48. Primavera-2017

Asociación Cultural Claustro Poético

 

  Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

  Coordinador: Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Impenetrable distancia

Oscura sala

Placer

Quisiera

Escultura

Soneto XLI

Soneto XLII

Soneto XLIII

Catón, el Censor

La bestia de la aurora

Los ojos de Rimbaud

Ámbar, almizcle

Tu amor me acercó la muerte

A Manuel Urbano

Despojémonos de la mentira

Entre el arqueo y el balance

Entre la mística y lo misterioso

Éxtasis

La Cruz como verso que nos hermana

La espera y la esperanza

Una luz que llega al corazón


Colaboraciones

Dioses


Noticias

Certámenes de poesía abril-junio-2017


Colaboran en este número

 


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Dioses*


La historia de los hombres está llena de dioses, a los que muchos no vieron, pero que de alguna forma intervinieron y continúan interviniendo en nuestras vidas. En su memoria se construyeron colosales santuarios, en torno a sus figuras surgieron castas de hombres privilegiados que adoctrinaron a ejércitos de creyentes, inventaron dogmas inamovibles y sagrados mandamientos, hicieron correr ríos de sangre de apóstatas e infieles, arrasaron campos, destruyeron ciudades y llevaron a la cumbre el odio y la insensatez más absoluta. Dicen que los dioses rigen el mundo desde que el ser humano tuvo conciencia de sí mismo.

 

“Bajo la luz serena de la luna

como el oro en fusión el mar riela,

resplandor que el fulgor del claro día

con la molicie de la noche mezcla,

la vasta playa misterioso alumbra,

y en el azul del cielo sin estrellas

vagan las blancas nubes como estatuas

de dioses colosales y siniestras,

talladas por la mano del ocaso

en las entrañas de brillante piedra.

No son, no son las nubes, son los dioses,

los dioses mismos de la antigua Grecia,

que el mundo alegremente gobernaron

en pasadas edades con su diestra,

…”

         Los dioses griegos. Heinrich Heine (1797- 1856)

 

Saturno devorando a su hijo. Francisco de Goya.

 

Pienso que no son los dioses los que gobiernan el mundo y sus gentes, sino al contrario. Ellos fueron creados por vívidos hombres, que dicen gobernar por sus graciosas deidades. Los hicieron a nuestra imagen y semejanza del barro de nuestra confusa mente. Los colocaron allí, en el Cielo, donde nuestros cuerpos no subían, en un Olimpo de envidias y rencillas, les dieron vida y voluntad propia. No tardaron mucho en considerarlos inmortales y hacerlos jueces caprichosos del resto de los mortales, repartidores de glorias y miserias.

 

“Dieron a otros gloria interminable los dioses,

inscripciones y exergos y monumentos y puntuales historiadores;

de ti sólo sabemos, oscuro amigo,

que oíste al ruiseñor, una tarde.

 

Entre los asfódelos de la sombra, tu vana sombra

pensará que los dioses han sido avaros.

 

Pero los días son una red de triviales miserias,

¿y habrá suerte mejor que la ceniza

de que está hecho el olvido?

 

Sobre otros arrojaron los dioses

la inexorable luz de la gloria, que mira las entrañas y enumera las grietas,

de la gloria, que acaba por ajar la rosa que venera;

contigo fueron más piadosos, hermano.

….”

           A un poeta menor de la Antología. José Luis Borges.

 

Creo que los hombres aceptaron a sus virtuales amos, moldeados por las manos de profetas, en un afán masoquista, cuando no autodestructor. Y embriagan a esos dioses de ambrosía, bebida de agua y sal destilada por la piel de los mortales.

 

“De adentro salen las fuerzas

y el corazón y el aliento,

de adentro, siempre de adentro.

Mana el sudor, claro,

como el agua pura;

cristal y esfuerzo

marcando vuestra fortuna.

…”

     Cuaderno de poemas. Jesús Antonio Seral Allué.

 

Quizás no lo entienda. Pero creo que en el fondo dioses y hombres somos los mismos, y quizás por ello los hombres necesitamos dioses y cuentos de dioses, mitología; cuentos inmutables, simples y sencillos, que ordenen nuestro ser, tan inocente ante una vida implacable; cuentos de amores y odios, de sangre y fuego; cuentos de poesía, que curan o matan, que hacen banderas y señas de identidad, que forjan culturas y nos adscriben a ellas.

 

“Éramos dioses y nos volvieron esclavos.

Éramos hijos del Sol y nos consolaron con medallas de lata.

Éramos poetas y nos pusieron a recitar oraciones pordioseras.

Éramos felices y nos civilizaron.

Quién refrescará la memoria de la tribu.

Quién revivirá nuestros dioses.

Que la salvaje esperanza sea siempre tuya,

querida alma inamansable.”

            La Salvaje Esperanza. Gonzalo Arango.

 

                  *Juan Antonio López Cordero.

 

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