Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 39. Invierno-2015

Asociación Cultural Claustro Poético

 

  Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

  Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

Petición

Banderas

Aceituna morada jienense

Rumor de varas

Poetas oficiales o el régimen del pienso

Aprendiendo a no ser

Criaturas en camino

Desolación

Desolación de un inocente

La contemplación del verbo

La memoria contra el olvido

Me falta aire, me sobra carga

Aún...

He de amarte

Inspiración

El ascua

Mariposa infantil


Colaboraciones

Árboles


Noticias

Premios de poesía enero-marzo 2015


Colaboran en este número


Nos anteriores

 

Año Primav. Verano Otoño Invier.
2005 0 1 2 3
2006 4 5 6 7
2007 8 9 10 11
2008 12 13 14 15
2009 16 17 18 19
2010 20 21 22 23
2011 24 25 26 27
2012 28 29 30 31
2013 32 33 34 35
2014 36 37 38  

 

 

Árboles*


 

Sin duda llevamos en los genes escrito nuestro pasado desde los tiempos más remotos. Incluso antes que como homínidos bajáramos de los árboles y adoptáramos la posición bípeda. Desde la tierra mirábamos su figura esbelta, su copa majestuosa y ante cualquier peligro a ellos regresábamos en busca del refugio de sus ramas, como una madre protectora. Poco a poco nuestro físico se adaptó a su espacio, nuestras manos se hicieron prensiles y nuestra visión frontal, en relieve. Se fue forjando la imagen que nos llevó a la humanidad. Quizás por ello, desde sus orígenes el hombre ha visto al árbol como inspiración y símbolo de vida.

 

“El justo florecerá como la palma,

crecerá como cedro en el Líbano.

Plantados en la casa del SEÑOR,

florecerán en los atrios de nuestro Dios.…”

 

                  Salmos 92:12-13

 

Los árboles tuvieron un lugar destacado en las viejas culturas. Bajo sus ramas se hicieron cultos ancestrales (Deuteronomio, 12:2; II Crónicas, 28:4). Uno de estos árboles es la encina, que en el pasado cubría la mayor parte de la Península, la que adoraban los celtas y junto a ella los druidas oficiaban sus cultos, que el cristianismo heredó en algunas de sus manifestaciones. Tal es el Cristo de Chircales, donde cueva, fuente y encina marcan el triángulo mágico que llevó a construir su santuario y eremitorio, y bajo la encina se oficia su misa anualmente en romería.

 

 

Cristo de Chircales

 

“En este mar de encinas castellano

los siglos resbalaron con sosiego

lejos de las tormentas de la historia,

lejos del sueño

que a otras tierras la vida sacudiera;

sobre este mar de encinas tiende el cielo

su paz engendradora de reposo,

su paz sin tedio.

Sobre este mar que guarda en sus entrañas

de toda tradición el manadero

esperan una voz de hondo conjuro

largos silencios.”

                 El Mar de Encinas. Miguel de Unamuno.

 

El árbol nos llama desde las cumbres de su fortaleza, llamada que el poeta percibe en su silencio. Sabe que hay poesía entre sus ramas, un diálogo entre dos seres con un imborrable lazo que nos une en el tiempo.

 

Árbol, buen árbol, que tras la borrasca

te erguiste en desnudez y desaliento,

sobre una gran alfombra de hojarasca

que removía indiferente el viento...

 

Hoy he visto en tus ramas la primera

hoja verde, mojada de rocío,

como un regalo de la primavera,

buen árbol del estío.

 

Y en esa verde punta

que está brotando en ti de no sé dónde,

hay algo que en silencio me pregunta

o silenciosamente me responde

 

         Poema del Árbol. José Ángel Buesa.

 

Con el árbol nos identificamos. Nuestros sentimientos son los suyos. Crece su grandeza a la vez que nuestro cuerpo y buscamos en él la purificación de nuestra alma.

 

“Como un ave que cruza el aire claro,

siento hacia mi venir tu pensamiento

y acá en mi corazón hacer su nido.

Ábrase el alma en flor; tiemblan sus ramas

como los labios frescos de un mancebo

en su primer abrazo a la hermosura;

cuchichean las hojas; tal parecen

lenguaraces obreras y envidiosas,

a la doncella de casa rica

en preparar el tálamo ocupadas.

Ancho es mi corazón, y es todo tuyo.

Todo lo triste cabe en él, y todo

cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere!

De hojas secas, y polvo, derruidas

ramas; lo limpio; bruño con cuidado

cada hoja, y en los tallos; de las flores

los gusanos y el pétalo comido

separo; creo el césped en contorno

y a recibirte, oh pájaro sin mancha,

apresto el corazón enajenado!”

               Árbol de mi alma. José Martí.

 

Y al árbol queremos volver cuando ya no estemos, recuperar en él la maternidad que un día dejamos, mezclarnos con su savia y alcanzar el paraíso que nunca debimos perder en aquel otro árbol, donde una pérfida serpiente nos hizo comer del fruto prohibido.

 

¡Árboles!

¿Habéis sido flechas

caídas del azul?

¿Qué terribles guerreros os lanzaron?

¿Han sido las estrellas?

Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros,

de los ojos de Dios,

de la pasión perfecta.

¡Arboles!

¿Conocerán vuestras raíces toscas

mi corazón en tierra?

                     Árboles. Federico García Lorca.

 

             *Juan A. López Cordero.

  

Envíanos tus poemas