Claustro Poético

Boletín virtual de poesía, edición trimestral. Nº 20. Primavera-2010

Asociación Cultural Claustro Poético

 

 Director: Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

 Coordinadores: Fernando R. Ortega Vallejo y Juan Antonio López Cordero

D.L. J-309-2005

ISSN 1699-6151

CONSEJO DE REDACCIÓN

Poemas

La niña de la casa muerta

Des-nudos

Cálida sinfonía

Como olivo

Eterno soberbio

Poema cósmico vespertino

Maniquíes de bar

Noche de jazz y alcohol

Bendito San José de la Montaña

Escuchando semiramides

Memoria despierta

Sed de amarte

La esperanza herida

El corazón de la poesía

La luz

No es el momento

Amar como verbo humano

El asombro del paso del tiempo

El virus de la necedad

Ante los desastres naturales

Mujeres y hombres, explosión de vida


Colaboraciones

El barquero


Noticias

Premio centenario de la Mutual Complutense de Poesía

Premio de Poesía Ángaro

XIV Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza


Colaboran en este número


Nos anteriores

 


 

El Barquero*


      

   El barquero, aquel que empuña los remos de la barca y surca las aguas que provocan inquietud, da seguridad al viajero entre orilla y orilla. Él ha cruzado ríos, lagos o istmos en una labor tradicional y cotidiana, hasta que llegaron los nuevos tiempos que todo lo cambian, elevando puentes o construyendo túneles. Pero no todo se ha ido, quedaron los recuerdos, como las canciones populares que atesoran en su poesía el oficio del barquero:

  

   “Al pasar la barca

   me dijo el barquero:

   Las niñas bonitas

   no pagan dinero.

   - Yo no soy bonita

   ni lo quiero ser,

   yo pago dinero

   como otra mujer”

  

   El barquero, un oficio mitificado, de hombres, fuertes y sabios, universal, admirado y recogido en los cuentos populares de lejanas geografías, trasmitidos boca a boca en multitud de versiones y en distintas culturas. En una de ellas dice así:

  

   “Había una vez un filósofo muy docto que había llegado a dominar todos los Vedas y los Sastras. Un buen día hubo de viajar hacia una aldea vecina. En el camino debía abordar una barca para cruzar un río. Como pasatiempo, comenzó a hacerle preguntas al barquero. "¿Puedes saber la hora consultando un reloj?", fue una de las primeras. El simple barquero le contestó que no. Ante esta respuesta, el arrogante filósofo se rió despectivamente y le indicó al pobre hombre que el no saber esto era como haber desperdiciado al menos un cuarto de su vida en el río. La segunda pregunta se refirió a si sabía leer un periódico. Cuando el barquero confesó que era analfabeto, el orgulloso filósofo se burló de él y le dijo que ya llevaba media vida desperdiciada en el río. A continuación le preguntó si sabía cantar alguna canción y, al recibir nuevamente una respuesta negativa, le dijo con desprecio que tres cuartas partes de su preciosa vida se las había llevado el río. Entretanto, el cielo había empezado a cubrirse de nubes amenazadoras y comenzó a soplar un fuerte viento. Desatándose una terrible tormenta, la barca comenzó a ser sacudida por las olas cada vez más altas. El barquero le preguntó entonces al arrogante filósofo: "¿Sabe nadar, señor? Si no sabe, el total de su vida habrá sido desperdiciado". El desventurado filósofo no sabía nadar. Toda su pedantería y su erudición no sirvieron para poderlo rescatar en ese momento de necesidad y fue arrastrado por el torrente. El barquero analfabeto, en cambio, que sabía nadar como un pez, cruzó el río y llegó a la orilla a salvo.”

  

   Este oficio, cargado de poesía, se pierde en la noche de los tiempos y entronca en la mitología antigua, donde los dioses y los hombres se confunden. Tal es la figura de Caronte, el barquero encargado de transportar las almas de los muertos a través de la laguna Estigia, o del río Aqueronte, hasta el reino del inframundo gobernado por Hades. Rechazaba a aquellos difuntos que no podían pagar el pasaje al no haber sido enterrados con una moneda en la boca (el famoso óbolo). Su figura se identificaba con la de un viejo alto, delgado, de barba y pelo canos, con llamas en los ojos, taciturno y malhumorado. Su vestidura era de pieles y empuñaba una larga vara con la que golpeaba a los espíritus de los muertos cuando no remaban con la suficiente rapidez o protestaban demasiado.

 

 

El paso de la Laguna Estigia. Joachim Patinir (1480-1524)

 

   Otro barquero mítico era el dios Ra, que transportaba en su barca sagrada el Sol, mientras que por la noche Nut se lo tragaba siguiendo su viaje por el Infierno. Cada día, al atravesarlo, Ra vuelve a aparecer con su Barca… porque Ra es el Sol, y aparece con el día, y desaparece con la noche. Pero…

  

   “Cuál es la verdad?

   El río que fluye y pasa

   donde el barco y el barquero

   son también ondas del agua?

   O este soñar del marino

   siempre con ribera y ancla?”

          Proverbios y Cantares. Antonio Machado.

  

   El barquero tiene otros muchos nombres propios, más reales, más verdad que los mitológicos, y cada uno de ellos candidato a convertirse en mito. Tal fue Narciso “La Mona”, el barquero de mi pueblo, que manejaba la barca con el mismo cariño y pericia que Caronte, del que probablemente nunca oyó hablar. Con su barca, cada mañana limpiaba el embalse de La Charca de algas pestilentes antes que los bañistas se sumergieran en sus aguas. Bajito, delgado, inquieto, recibió el apodo más adaptado a su físico, entre ingenioso y despectivo, característica de un mundo rural que todo le define en relación con su cultura. Por las tardes, alquilaba su barca a aquellos que por un par de pesetas durante una hora se hacían dueños del estanque y sus sueños. Un día Narciso arrió su bandera, la barca quedó huérfana, y ya nada fue igual. Al poco se nos fue, cambió de barca en el último viaje. El barquero nos dejó en recuerdo su trabajo, su fe, su poesía...

  

    “Un buen día quizás un barquero

   se lanzó tras el mar del recuerdo.

   Era un barco pequeño en el tiempo

   pero había fe,

   pero había un raro esplendor en sus ojos,

   pero había un místico afán de por qué,

   pero había fe.”

           El Barquero. Silvio Rodríguez.

                             

                  *Juan Antonio López Cordero.


 

                                         

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