2.1. La Alameda de los Capuchinos El paseo de la Alameda fue durante siglos el más grande de la ciudad. A mediados del siglo XVI era un ejido público a extramuros del recinto amurallado, donde se encontraba las ermitas de San Cristóbal y Santa Quiteria. En 1544 los padres Isidorianos se aposentaron en esta última ermita para fundar un convento, luego fueron sustituidos por los Jerónimos, que finalmente la abandonaron en 1575; mientras que la cofradía de Nuestra Señora de la Cabeza se hacía con la de San Cristóbal. La ermita de San Cristóbal estaba en lugar un tanto distante de la muralla, cercana a unas cuevas excavadas en la roca, que llamaba a la vida penitencial y mística, pero también era un lugar apto para la vida alegre, y “era tanta la afluencia del pueblo que concurría a aquel lugar, que se hacía notar más la relajación que la devoción, más los pecados que los servicios a Dios”. Ante tal concurrencia de personas, el Ayuntamiento procedió en 1577 a convertirlo en paseo, allanando el lugar, plantando álamos y, años después, abrió una puerta en la muralla para mayor comodidad de los vecinos que acudían a la Alameda. A finales del siglo XVI ya era un paseo consolidado, con álamos, dos fuentes ornamentales, un esbozo de jardines,... incluso se elaboraron unas ordenanzas y se creó el oficio de guarda de la Alameda. En el siglo XVII se instaló en el lugar el convento de las Bernardas, fundado en 1616 por el obispo auxiliar de Toledo Melchor de Soria y Vera, giennense que fue prior de San Ildefonso, a la vez que cofradías de la ciudad con la tutela del Ayuntamiento empezaron a edificar un Colegio junto a la Alameda que querían convertir en Universidad. También el obispo Baltasar Moscoso y Sandoval puso sus ojos en el lugar para construir junto a la ermita de la Cabeza una residencia de recreo de dos plantas con mirador abierto al paisaje giennense donde hospedar en busca de paz y sosiego a compromisos y amistades; además propició la fundación en la propia de ermita un convento de padres capuchinos, que daría su nombre al lugar: Alameda de los Capuchinos. La puerta del Ángel, en principio conocida como puerta de San Miguel, en la muralla cercana a la Alameda, se construyó una vez terminado el convento de las Bernardas. La construcción del convento se hizo a costa de la destrucción de una importante torre y gran parte de la muralla de la ciudad. En el siglo XVIII se reformó el paseo que rodeaba el conjunto de la Alameda y servía de paseo de coches, y se convirtió en un jardín el recinto, bajo la influencia del deán José Martínez de Mazas. A principios del siglo XIX, la Alameda decayó. El convento de los Capuchinos, al final de la misma, se convirtió en ocasional fortín durante los combates de 1808 por españoles y franceses, con el consiguiente deterioro. Y el huerto del convento, actual Campo Hípico, se convirtió en cementerio de la ciudad, pero sólo durante algunos años. A partir de entonces la Alameda volvió de nuevo a ser lugar de recreo importante de la ciudad y de numerosa concurrencia pública, en el que se celebran festejos públicos. Con la desamortización de Mendizábal desapareció el convento de los Capuchinos, y el edificio se arruinó, por lo que su piedra fue utilizada hacia 1849 para construir la Plaza de Toros. También se levantó con esta misma piedra una puerta de entrada al paseo, de lo que hoy queda en su lugar dos pilares de piedra. En el sitio del convento se levantó la casa del Vigía, donde vivía el guarda del paseo. Antes de 1848, su plano era paralelogramo rectangular de 113 varas de largo por 23 de ancho, con un asiento corrido de piedra por todo él y varias entradas por los cuatro lados, rodeándolo algunos pequeños jardines y una calle destinada a paseo de caballos y coches. Pero su estado en estos años aún dejaba mucho que desear, pues de él dice el Diccionario de Pascual Madoz: "Este paseo se encuentra en el mayor abandono: unos pocos y mal dirigidos árboles y algunas flores de primavera y una reja de madera puesta en pilares de ladrillo figurado, por el lado que da a la ciudad, son sus únicos adornos. En este sitio podría hacerse un paseo cómodo y elegante pues tiene agua y extensión suficiente..." Sucesivas reformas fueron cambiando su imagen, como la de 1848 que explanó el área del convento que fue de los Capuchinos, colocaron pirámides y adornos al gusto de la época, haciendo desaparecer cañas, parras y demás plantas que constituían la imagen vegetal de tiempos pasados. Unos años después las reformas de la Alameda llevaron a la construcción de una fuente monumental en el paseo y su ensanche. El fin de la obra tenía su justificación social en el paro obrero, en palabras de la corporación municipal: “dar colocación a multitud de operarios que en la villa de Linares habían quedado sin ocupación con motivo de la paralización de los trabajos mineros por consecuencia de la Guerra de Estados Unidos”. Las obras duraron varios años, en las que colaboró también una brigada de penados. El arquitecto de la ciudad, Vicente Serrano Salaberry, hizo el plano y dirigió las obras, quedando un paralelogramo rectangular, semicircular por ambos extremos, de 137 varas de longitud por 37 de anchura, con un centro espacioso y arrecifado, fuentes de taza, cuya agua provenía de la fuente de don Diego, dos calles -una para caballos y otra para coches-, corpulentos árboles y diferentes jardines formando “preciosos y significativos caprichos”. A finales del siglo XIX, el paseo de la Estación sustituyó a la Alameda en las preferencias de los giennenses. Se culpaba de ello al estado de la Alameda, de la que en 1883 decía el número 83 de la Revista de Intereses Morales y Materiales: "casi convertido en un bosque salvaje, donde si bien la naturaleza le da ese tinte especial de hermosura selvática que se encuentra en los prados y jardines naturales, carece por completo del agradable aspecto que hoy día tienen los paseos modernos". Tras este otro período de abandono, en la década de 1920 el alcalde Inocente Fe limpió el recinto y volvió a adecentarlo con abundante iluminación. En 1955 se colocó la estatua del doctor Bernabé Soriano (Jaén, 1842-Madrid, 1909), médico famoso en la ciudad, que desde 1915 había estado en la plaza de las Palmeras -actual de la Constitución-. El monumento es obra de Jacinto Higueras Fuentes. Representa una figura sedente, con aspecto maduro, de hombre benefactor del pueblo. Recientemente de nuevo ha sido trasladado a la plaza del Mercado. El carácter romántico de la Alameda se vio complementado con varios monumentos. Uno de ellos dedicado a Bernardo López García (1838-1870), poeta giennense, cantor del “Dos de Mayo”,. Su amigo Antonio Almendros, tras su muerte, le dedicó un poema, cuya última estrofa dice así: ¡Oh patria, España! Tu cantor de guerra por la patria mejor dejó la tierra... Aún queda vivo de su gloria el rayo, aún queda el eco de su voz gigante, mas, si el hado te guarda un “Dos de mayo”, ¡no tienes ya un Bernardo que lo cante! El busto de bronce realizado por Jacinto Higueras Fuentes, primero estuvo en la plaza de San Francisco, junto a la cripta de la Catedral, donde fue inaugurado por el rey Alfonso XIII el 15 de mayo de 1904; después pasó a la plaza de los Jardinillos, posteriormente estuvo varios años en la Alameda, y actualmente de nuevo ha sido ubicado en la plaza de los Jardinillos. Otro monumento que alberga el lugar es el dedicado a Antonio Almendros Aguilar, obra también de Jacinto Higueras Fuentes, que lo proyectó en 1915, pero que terminó su hijo Jacinto Higueras Cátedra. La ubicación primera de este monumento fue la plaza de San Juan. Almendros Aguilar fue uno de los poetas mejores dotados de su tiempo. De ideología liberal, fue concejal del Ayuntamiento de Jaén y miembro de la Academia de las Buenas Letras de Sevilla. Destacó en poesía mariana y escribió los Cuentos de la Abuela. Su poesía más conocida es el soneto "La Cruz": “Muere Jesús del Gólgota en la cumbre, con amor perdonando al que le hería; siente deshecho el corazón María del dolor en la inmensa pesadumbre.
Se aleja con pavor la muchedumbre, cumplida ya la santa profecía; tiembla la tierra, el luminar del día, cegando a tal horror, pierde su lumbre.
Se abren las tumbas, se desgarra el velo y, a impulso del amor grande y fecundo, parece está la cruz, signo de duelo, cerrando augusta con el pie el profundo, con la excelsa cabeza abriendo el cielo y con los brazos abarcando al mundo.” Posteriormente en la Alameda se han realizado periódicas reformas como zona de paseo para los giennenses. El Programa Andalucía 92 contempló su rehabilitación, junto al auditorio, trabajos dirigidos por Juan Ruesga. Destaca también en el paseo de la Alameda el edificio del Colegio Público “Jesús y María”, muestra interesante del funcionalismo arquitectónico, sobrio y ausente de recursos historicistas. Fue proyectado sobre 1920 por Antonio Flórez Urdapilleta. Entre la puerta del Ángel y la Alameda se encontraba un edificio que a mediados del siglo XX era conocido como “La Perrera”, porque allí se sacrificaban los perros que vagaban por la vía pública y eran capturados por el perrero municipal. También a este lugar se llevaba a los borrachos para administrarles amoniaco y rebajar el grado de intoxicación etílica. Pero, sobre todo, era la Estación de Higiene y Desinfección, donde se desinfectaban y desinsectaban los harapos de los mendigos detenidos por la policía municipal. Junto a la puerta del Ángel se halla una fuerte monumental que se surtía de la fuente de Don Diego. Está situada en la explanada de la Alameda y adosada al muro del convento de las Bernardas. Es un pilar abrevadero de grandes proporciones, que en 1967 fue objeto una restauración profunda a cargo del arquitecto Luis Berges Roldán. Fue entonces cuando se le añadió un cuerpo central con un trozo de escudo imperial e inscripciones procedentes de las antiguas Carnicerías de la plaza de San Francisco. Tras la Guerra Civil, 1936-1939, la paseo de la Alameda recibió el nombre de Alameda de Calvo Sotelo. En el lugar el Ayuntamiento levantó una gran Cruz de los Caídos, de nueve metros de altura, que fue inaugurada el día 18 de julio, fiesta de la Exaltación del Trabajo, cuyo proyecto fue elaborado por el arquitecto Antonio María Sánchez. La cruz había sido hecha toda ella con mármol de Granada, y la base y escalinata estaba construida con piedra artificial. Al llegar la democracia, el monumento fue derribado. Al final de la Alameda se instaló un auditorio, que albergaba cine de verano y otras actividades, como festivales, aún antes de su inauguración, que fue en junio de 1960. Tenía capacidad para 4.000 personas, según el proyecto realizado por los arquitectos Manuel Millán López y Miguel Ángel Hernández Requejo. Con posterioridad al Auditorio se le han hecho varias transformaciones. En el siglo XX las trasformaciones en la zona limítrofe a la Alameda afectaron a algunos edificios cercanos, como el edificio de “La Fundición”, que fue demolido en 1957. Había sido levantado en 1880 junto al portillo de San Jerónimo para fundición de hierro. Este edificio sirvió como hospital durante la epidemia de cólera de 1885, también de acuertelamiento, depósito de materiales, escuela de enseñanza primaria, viviendas sociales y, como última función, clínica veterinaria. También junto a la Alameda, en el portillo de San Jerónimo se construyeron a finales de la década de 1960 aparcamientos para capacidad de 280 coches y diversas viviendas. Tal fue el Grupo Escolar inaugurado en 1969 y el “Club de Campo”, entre el olivar y la Alameda, inaugurado en 1966. Este último en su primera fase constaba sólo de pocos servicios, entre los que destacaba la piscina. Posteriormente se fue dotando de nuevas instalaciones deportivas y de ocio. |