1.1. Cementerio de San Eufrasio La vieja ciudad de Jaén tenía sus sepulturas junto a las ermitas o las iglesias, los más pudientes en las capillas del interior de las Iglesias. El siglo XVIII, el de la Ilustración y las "Luces", trajo una nueva mentalidad a este respecto que los monarcas de la Ilustración quisieron imponer. Pero los mandatos de Carlos III y posteriormente de Carlos IV chocaron con la tradición secular de la población de la ciudad. Fue en el siglo XIX, cuando el naciente liberalismo quiso aplicar la racionalidad al tema de enterramiento en nombre de la salubridad pública. Ya las autoridades francesas, durante la Guerra de la Independencia, obligaron a los giennenses a ser enterrados en los cementerios construidos a las afueras de la ciudad, como era el ejido de Belén y la huerta de los Capuchinos -en el actual Campo Hípico-, situados al Este del núcleo urbano, porque los vientos predominantes en la ciudad son los del Oeste. Pasado el conflicto bélico, el conato de cementerios no fructificó. Hasta 1829 no se edificó el cementerio del Calvario, con el acuerdo del Ayuntamiento y obispado, una obra realizada por el arquitecto Manuel López Lara, también al Este de la población, más allá del ejido de Belén en un lugar elevado, cercano a la ermita del Calvario, de secular tradición por las rogativas públicas y conjuros que allí se realizaban. A mediados del siglo XIX ya era conocido como cementerio de San Eufrasio, estaba circundado por una tapia coronada con nueve cruces, junto a la que se ubicaban los nichos, de los cuales algunos estaban reservados para el cabildo eclesiástico, presbíteros, cabildo municipal y párvulos. En él había una capilla en la que se celebraban misas pagadas. Del orden en el cementerio se encargaba un capellán que debía llevar un registro de los cadáveres, el cual se vio envuelto en alguna ocasión en causas judiciales por robos de ropa a cadáveres. La advocación a San Eufrasio del cementerio le vino por ser este santo patrón del obispado de Jaén, muy relacionado con la reliquia de Santo Rostro. Cuenta la leyenda que hubo un Papa que se enamoró de una mujer joven traviesa y juguetona, y el Papa hubiese caído en pecado a no ser por el obispo San Eufrasio, que tenía una redoma con tres diablos encerrados. Estos le avisaron que el Papa en Roma iba a cenar con la mujer de la que se había enamorado. Preguntó San Eufrasio a los diablos que cuanto tiempo tardarían en llevarle allí. Uno le contestó que hora y media, otro que una hora y el tercero que media hora si a cambio le prometía darle las sobras de su comida. Así lo hizo el Santo y partió San Eufrasio en volandas del tercer diablo, que era cojo, llegando a Roma con tiempo de conjurar a Satanás y librar al Papa del pecado. La mujer que acompañaba al Papa no pudo soportar las bendiciones del Santo y se hundió en el suelo junto con la mesa de la comida. Quedó el Papa tan agradecido que le entregó a San Eufrasio dos sudarios de Cristo, uno de los cuales perdió el Santo en el mar cuando le sorprendió una tempestad en el camino de vuelta, el otro es el Santo Rostro que hoy guarda Jaén en su catedral. Con el diablo, San Eufrasio cumplió su palabra, pero como comía nueces eran las cáscaras lo que le daba. El cementerio estuvo siempre bajo la tutela y administración del obispado, con personal dependiente de la curia diocesana y bajo la dirección del capellán nombrado por este obispado. Sin embargo, en 1927, se estableció un acuerdo para la cesión al Ayuntamiento de algunos derechos. Así el Ayuntamiento consiguió a perpetuidad todos los derechos de administración, recaudación y policía, sin que el Obispo pudiese inmiscuirse en ningún asunto de orden temporal, por lo que quedó disuelta la Junta Mixta del Cementerio, que lo regía. A cambio, el Ayuntamiento condonó una deuda que con él tenía la Diócesis por obras en dicho recinto. Junto al cementerio o campo santo, existía un reducido recinto conocido como el "corral de los ahorcados". Era donde tenían sus sepultura aquellos que no eran cristianos o habían muerto en fragante pecado. Para darle más dignidad en 1874, en pleno período republicano, se edificó un recinto reducido, el cementerio civil, que fue conocido como el "corralillo". Éste solía estar bastante abandonado, apenas se cuidaba; lo que contrastaba con los esplendorosos panteones de familias "linajudas" y de renombre. El cementerio fue ampliado en 1859 y 1896, pues la población había crecido mucho en la segunda mitad del siglo XIX. La fachada principal del mismo está formada de un pórtico con columnas dóricas, coronado con una espadaña, a cuya espalda tiene la siguiente inscripción. “SE REEDIFICÓ /AÑO / 1895". A la entrada, a la izquierda, se encuentra la capilla, formada por una única nave, rectangular, cubierta con bóveda de cañón con lunetos. Dispone de un retablo y la imagen de un Cristo Crucificado, de tres clavos, del que se ignora su procedencia. Posiblemente sea del siglo XVI o XVII. A la derecha de la entrada quedan las dependencias. Más adentro, los nichos, mausoleos y panteones se distribuyen en varios patios rectangulares, en el que se encuentran personajes históricos giennenses. También destaca por su interés artístico funerario. Entre los mausoleos destacan los de Rodrigo Aranda, conde de Humanes; Rafael Martínez Molina; poeta Bernardo López García;... Tanto éstos como los panteones familiares ofrecen variado repertorio, con dominio del historicismo, unido a cierto romanticismo. Tales son los de la familia Flores de Lemus, proyecto de Luis Berges Martínez, realizado por el escultor José Martínez Puerta en 1928, con forma piramidal truncada, recuerdo del Egipto faraónico; los de las familias Ruiz Córdoba, Aurora Anguita, Gabriel de Bonilla y Bonilla, Soriano-Lucini, J. Largo,... Hacia el cementerio se llegaba a través del camino de las Cruces, el mismo lugar por el que pasaban las periódicas procesiones de rogativa pública que terminaban en la ermita del Calvario. Era un trayecto que partía del camino real de Granada, frente a las huertas de La Salobreja. En él se fueron instalando los fabricantes de lápidas y talleres de mármol, junto con algún que otro alfarero de tejas y ladrillos. Las cruces continuaron durante mucho tiempo marcando el camino y las estaciones del Vía crucis. El día 1 de agosto de 1972 el cementerio fue cerrado para nuevos enterramientos, salvo en determinadas excepciones. Aún hoy día, algunos giennenses van a visitar este cementerio que nació en plena época romántica y que alberga el fin de miles de biografías personales de giennenses, por lo que entre los visitantes también va algún que otro investigador a buscar la foto del último descanso de algún personaje que quiere rescatar del olvido. |