11.4. Valparaíso Valparaíso se denomina un antiguo pago de huerta al Sur de Jaén, cuya belleza dio nombre al pequeño valle de casi dos kilómetros entre la Peña de Jaén, Peñas de Castro, Peña Celada y los Zumeles. El arroyo de Valparaíso se abastece de los arroyuelos de Riocuchillo y el de los Baños, que se reunían en el Arco de la Yedra. Tenían su nacimiento principalmente en tres manantiales, dos en Riocuchillo y otro en Los Vadillos, además de numerosas fuentes de aguas irregulares. La parte superior del valle es conocida como Valparaíso Alto, donde existía una presa de mampostería para mejor aprovechamiento de las aguas para el riego, que era utilizada también por un molino harinero de rodezno, el antiguo molino de Santa María, que luego se ha denominado con diferentes nombres. Un poco más abajo, el puente de Valparaíso permitía el paso hacia la sierra. En torno a este puente se formó un grupo de casas de hortelanos, centro de la vida de reunión del paraje. La parte inferior del valle, conocida como Valparaíso Bajo, partía de la Presa de las Peñuelas, destinada a regar las huertas de esta zona. También era utilizada por otro molino harinero de rodezno, el Molinillo Bajo de Valparaíso. Y más abajo, la presa de las Dos Hermanas o puente del Cerezo y la Presilla de los Tejares. Todas estas presas distribuían el agua a través de una tupida red de caces y acequias, antigua obra de ingeniería, fertilizando el terreno distribuido en bancales. Finalmente el arroyo desembocaba en el río Jaén, tras cruzar el viejo camino de La Guardia. Sobre las huertas de Valparaíso, ya existe documentación desde el siglo XIV, que nos describe los cultivos: olivares, viñas, cañaverales, granadales, zumacares, frutales,... además de los molinos de harina, tejares, lavaderos públicos,..., que pertenecían en buena parte a instituciones eclesiásticas, hasta la desamortización eclesiástica del siglo XIX. Gran parte de los pagos de riego disponían de su reglamentación para el justo aprovechamiento de las aguas. El Ayuntamiento de Jaén nombraba un alcalde de aguas de Valparaíso que se encargaba de aplicar el justo reparto de las mismas, tanto en las parcelas como en los molinos. A finales del siglo XVIII se revalorizó el paraje basándose en el paisaje, una visión romántica de la que fueron partícipes el intendente Pedro López Cañedo, el obispo Agustín Rubín de Ceballos y el deán José Martínez de Mazas, que estimularon la limpieza del lugar y plantación de árboles y flores. Se diseñó también una red de caminos y veredas campestres. De este paraje decía José Martínez de Mazas: “... en el arroyo de Valparaíso, que se compone de varios nacimientos como el de los Baños de Jabalcuz, fuente de la Peña y de Riocuchillo, hay otro bello tramo de huertas que se van a juntar con las del río. El nombre mismo de Valparaíso publica su amenidad y hermosura, aunque es terreno angosto y metido en un barranco, pero produce excelentes granados dulces, buenas guindas garrafales, higos, ciruelas y parrales de uvas de comer y para guardar.” El terreno se distribuía en 111 suertes en las que trabajaban cincuenta hortelanos, un paisaje que contrastaba con la aspereza de los montes circundantes sólo aptos para pastos y algunas viñas y olivares de bajo rendimiento. A finales del siglo XIX se mejoró el acceso al pago, con el reforma del viejo puente. Por esta época, el empresario Juan Francisco Martos hizo a su cosa un tramo de camino conocido como “Las Revueltas”, que suavizaba la dura pendiente que subía de Valparaíso hasta el Llano, exigiendo un canon o portazgo a los vehículos que por él pasaran. Otra novedad, ya en el siglo XX, fue la edificación en un altozano, al pie del Zumel, de la ermita de San José, bendecida por el obispo García de Castro el 21 de junio de 1949, para atender las necesidades espirituales de hortelanos y veraneantes, que habitaban el lugar. En las décadas siguientes la ermita se derrumbó y el paisaje se vio afectado por las múltiples edificaciones y las consecuencias medioambientales que tal saturación de casas produce. |