11.3. Otíñar

             La antigua aldea de Santa Cristina u Otíñar, está situada a trece kilómetros de Jaén, por la carretera del puente de la Sierra. En la actualidad es un despoblado, de propiedad particular, enclavado en plena sierra de Jaén, con una extensión de 1.500 hectáreas, en las que destaca su gran belleza paisajística, sus formaciones calizas, y su historia, que ha dejado huella a través de pinturas rupestres de la Edad del Bronce y Calcolítico, monumentos megalíticos, castillo medieval,... que dejó el hombre en las proximidades de este lugar, antiguo camino entre la campiña del Guadalquivir y el surco intrabético. También es el caso de los dólmenes de Otíñar, descubiertos en 1965, con material argárico.

            La zona de Otíñar era, ya en el siglo XIV, una de las dehesas de propios de la ciudad de Jaén. La dehesa de Otíñar estaba "guardada", o sea, había que pagar por cada cabeza de ganado que entrase. Además, en el valle de Otíñar se prohibía cortar cualquier tipo de árbol, "ni pinos ni álamos". Tampoco se podían coger almendras ni cualquier otro tipo de fruto, según las ordenanzas municipales.

            El castillo de Otíñar fue conquistado por Fernando III. Protegía un núcleo rural en época musulmana. Tras su conquista, fue una fortaleza importante para la defensa de la ciudad de Jaén. Su función principal en los años de frontera era la comunicación, a través del torreón de Torrebermeja, situado en las Peñas de Castro, con el alcázar de Jaén. Es Otíñar palabra árabe, que algunos traducen por “hacer luz”, en relación con la función de torre de señales que tuvo en época de frontera. El castillo se levanta sobre un cerro alargado, escarpado por varios de sus lados, por lo que su único acceso es por el Oeste. Se distinguen dos partes, el alcázar y el recinto. El primero es de sillería y el segundo de mampostería regular. Se adapta perfectamente a la orografía del terreno.

            Después de la conquista de Granada, el castillo perdió su función militar y de vigilancia. Se pensó en repoblar el lugar, ya habitado en época musulmana. En principio no tuvo éxito. Otíñar quedó durante la Edad Moderna como una zona de hu erta, donde existía un cortijo, incluido en las llamadas huertas del Río. Estas huertas se extendían desde dos puntos. Uno era la " cerradura de Otíñar", por donde entraba el río "Candelebrag e", o actual río Quiebrajano. Y el otro desde la " Cerradura de los Villares". Terminaban en Casa Tejada, donde acababa el pago de Pozuela, aunque se podía incluir también la vega del Cortijo de Grañena, que a finales del siglo XVIII se pensaba en poner de huerta.

            A veces se buscó el aprovechamiento de las zonas escarpadas introduciendo cultivos arborescentes, como en el cortijo de Otíñar en 1526, donde se intentó simultanear la producción agrícola ‑cultivos de almendros y morales‑ con la explotación ganadera, sustentada en la existencia de bosque relativamente intacto; con lo que se permitía la corta de leña del monte a cambio de guardar los allozos, morales y otros árboles de fruto.

            La deforestación de la Sierra de Jaén incluyó las tierras de Otíñar. Contra estas acciones estaba el ideal conservacionista de la Ilustración, evidente en el deán giennense José Martínez de Mazas, que a finales del siglo XVIII escribe:

 

"Es una lástima ver estas Sierras tan peladas, y que para hacer una carga de le ña de lentisco, ó de cornicabra tiene que andar tres leguas un pobre leñador".

    ...

     "(En los sitios de Otíñar, Recuchillo, Ríez y Romanejos, lo que más se encuentra es) algún monte bajo de acebuches, cha parros, len tisco, cornicabras, espinos, romeros y aulagas, de que hacen cargas los pobres leñadores con imponderable trabajo, y por caminos peligrosos".

    ...

       "Las talas, y mas que todo los incendi os no castigados la han dejado (la sierra) rasa por todas partes".

 

            A finales del siglo XIX también se pensó en la repoblación de la zona, labor característica del espíritu de los ilustrados, que pretendía rellenar los grandes vacíos de población que servían de refugio a bandidos, además de estimular la economía del país. El deán José Rodríguez de Mazas (1731-1805) y Fernando María del Prado y Ruiz de Castro (1746-1817) fueron sus principales impulsores, pero el interés de la monarquía estaba puesto en la colonización en Sierra Morena y el Bajo Guadalquivir. No obstante, se mejoró el camino de acceso a Otíñar y se salvó el peligroso Paso de la Escaleruela, paralelo a un precipicio sobre le río Quiebrajano a través de un puerto de unos quinientos pasos, obra que costeó Carlos III y dejó como recuerdo un monumento en piedra, el Vítor, que aún hoy día puede contemplarse.

            El monumento del Vítor consiste en una base de grandes sillares, con una moldura, sobre la que se colocaron dos piedras de gran tamaño y una cartela coronada con las armas reales, que recoge la inscripción: “Reinando Carlos III / padre de los pueblos / año de 1784".

            En Otíñar, durante el siglo XIX, continuó su actividad tradicional. Se cultivaba trigo, maíz, patatas y alguna cebada, en corta cantidad”. Por Real orden de 23-noviembre-1826, Fernando VII establecía la reedificación de la antigua villa de Otíñar. Por ella se otorgaba a Jacinto Cañada Rojo permiso para adquirir las zonas de la Sierra de Jaén conocidas como La Parrilla y el Castillo de Otíñar, pertenecientes a los propios de la ciudad, con el fin de construir una aldea con cuarenta y cinco viviendas, iglesia y casa consistorial en cuatro años. En 1827 se le vendieron a censo 2.388 cuerdas.

            En el lugar se establecieron gentes de Valdepeñas, Los Villares y Jaén, que iniciaron las labores de roturación del monte y su puesta en explotación agrícola. Pero la vida en la aldea estuvo rodeada siempre de leyenda en torno al origen de los escasos pobladores que existían anteriormente. Alfredo Cazabán, a principios del siglo XX, se hizo eco de ello y cuenta:

 

“Es verosímil, también, aunque del dato concreto documental carecemos, que vinieran colonos de tierras lejanas, de los que aún existen en el valle, al pie de la gigantesca peña de la Bríncola, chozones de piedra y techumbre de cañizo, donde vive, como en antigua tribu, unas cuantas familias que apenas salen de aquel lugar, que no cruzan palabra con los labradores vecinos, que presentan caracteres propios de una raza distinta de la nuestra y que no ha muchos años que vivían casi desnudos como un pueblo primitivo que hubiera conservado sus costumbres aislado de todo contacto con los progresos de la humanidad”.

 

            Por Real Cédula de 28 de junio de 1831, María Cristina de Borbón fue declarada patrona y protectora de la villa, por lo que la aldea pasó a llamarse Santa Cristina. Ese mismo año se bendijo la iglesia. En 1833, Jacinto Cañada Rojo recibió el título de Barón de Otíñar.

            Ya existía en Otíñar una parroquia rural en el siglo XIV, que se extinguió en el siglo XVI. La iglesia de Otíñar, bendecida en 1831, no era más que una capilla bajo la advocación de Santa Cristina. Estaba agregada a la parroquia de El Sagrario, que la dotó de un cementerio parroquial por la distancia a la ciudad de Jaén. La parroquia de Santa Cristina surgió en 1893, con jurisdicción y término propio; su fábrica era sencilla, basada en la antigua iglesia. Al exterior se coronaba con una espada y unos pináculos. Poesía una sola nave y se comunicaba con la casa de los señores a través del presbiterio. Allí fueron enterrados el fundador de Santa Cristina y algunos de sus familiares. La iglesia tenía por advocación Nuestra Señora de las Mercedes, imagen que presidía el retablo del altar, que tenía su cofradía. El último acto sacramental de la parroquia fue un entierro en 1963. A comienzos de 1971 se arruinó la sacristía y muchos de los actos se celebraban en la capilla del Puente de la Sierra. El templo se abandonó y sufrió expolio y saqueo.

            En cuanto al urbanismo, la aldea se estructuró en dos calles trazadas a cordel, con viviendas de dos plantas, que desembocan en una plaza donde estaban los edificios principales: la casa de los señores y la iglesia. En los extremos estaban los edificios agroganaderos e industriales y, más alejado, el cementerio.

            La aldea vivió su mejor época durante el señorío de Rafael Martínez Nieto (1862-1924), aumentó la población, llegando a tener 562 vecinos; se creó una escuela pública, se introdujo la luz eléctrica y se descubrió una cantera de piedra litográfica. Sin embargo, la aldea entró en decadencia al entrar en crisis el sistema de agricultura tradicional, aunque hubo intentos de estimular actividades económicas alternativas, como el turismo. Ya 1942 y 1943 se establecieron campamentos y zonas para deportes de montaña, que hoy día se intenta retomar basándose en el turismo cultural y ecoturismo, aprovechando los múltiples elementos de interés natural, etnológico e histórico.

            Su riqueza natural, arqueológica e histórica le ha dado el reconocimiento de espacio integrado en el Catálogo de Espacios y Bienes Protegidos del Plan Especial de Protección del Medio Físico de la provincia de Jaén, como Área Forestal de Interés Recreativo; en el Inventario de Yacimientos Arqueológicos de la Provincia, algunos de los cuales poseen la figura de bien de Interés Cultural; y su reconocimiento como Espacio No Urbanizable en el Plan General de Ordenación Urbana de Jaén.

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