10. La senda de los Huertos. La Alcantarilla

             La Senda de los Huertos se extendía desde el puente de Santa Ana, hoy Glorieta de doña Lola Torres, hasta el puente de la Alcantarilla, y corría paralela al barranco de los Escuderos, lo que hoy es la avenida de los Escuderos. Fue durante siglos uno de los patrimonios paisajísticos de la ciudad de Jaén, y fue también zona cargada de historia, donde se han localizado restos romanos, musulmanes,... incluso dice la tradición que allí existió un oratorio mozárabe. Era el paisaje de huertos y jardines en terrazas, colgantes, lo que le daba a la Senda su seña de identidad. La reforma del ilustrado José Martínez de Mazas, deán del cabildo de la Iglesia Catedral, convirtió a la Senda en el siglo XVIII en el paseo de moda de la ciudad.

            La imagen romántica está muy unida al deán Martínez de Mazas, paradigma de la Ilustración giennense, imagen que podemos apreciar en las obras que ordenó realizar en la fuente de la Peña, la Alameda o la Senda de los huertos. Martínez de Mazas no era natural de Jaén, nació en Liérnages (Santander) en 1731, y murió en 1805. Antes de llegar a Jaén, en 1765, fue canónigo de Toledo, Santander, Burgos y Palencia. El obispo de Jaén Agustín Rubín de Ceballos le nombró gobernador del obispado durante su larga estancia en Madrid. Recibió otros nombramientos de Patriarca de las Indias, Teniente de vicario general de los Reales Ejércitos, y finalmente el de deán de la Iglesia Catedral de Jaén en 1790. Su vida estuvo unido a una continua actividad humanística e ilustrada. Fue uno de los fundadores de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén y autor de diversas obras, como el Retrato al Natural de la ciudad y término de Jaén o el Memorial al Yllmo. Y mui venerable estado eclesiástico de el obispado de Jaén sobre el indebido culto que se da a muchos santos no canonizados...

            Pero el paisaje idílico de la Senda de los Huertos, que contribuyó a crear el deán Martínez de Mazas, no perduró muchos años tras su muerte. Fueron principalmente los combates que tuvieron allí lugar durante la Guerra de la Independencia los que destrozaron gran parte del paisaje de la Senda, lo mismo que otros combates en 1823 entre las tropas absolutistas y del general Riego, en la frustrada retirada de este general liberal y sus tropas, pues días después Riego fue capturado y llevado al patíbulo.

La Naturaleza también contribuyó a deteriorar su entorno con la gran riada del arroyo de El Almendral el 27 de agosto de 1837. Pese a todo, la Senda de los Huertos se recuperó y de nuevo volvió la tradicional imagen de hortelanos y paseantes junto al sendero que a la derecha del barranco surcaba entre huertos y olivares.

            El paisaje pintoresco hizo que el lugar fuese uno de los primeros en ser fotografiado para las primeras tarjetas postales que se hicieron en Jaén. Muchos pintores recogieron la Senda en sus lienzos. Tampoco los literatos pudieron escapar a su embrujo y la plasmaron en sus prosas y versos. Como el poema de José de la Vega Gutiérrez, el poemario "Por la Senda de los Huertos" (1962) de Federico de Mendizábal, o la novela de Eufrasio Alcázar Anguita, titulada "La Senda de los Huertos" (1925); además de Alfredo Cazabán, González López, Chamorro Lozano, López Pérez,...

            Cerca del puente de Santa Ana, al principio de la Senda se encontraba “La Poceta”, popular lavadero público, conocido también como lavadero del puente de Santa Ana. La Poceta estaba situada a los pies de dicho puente, desde donde continúa la carretera que lleva a la fuente de la Peña. La falta de higiene del lugar hizo que en determinados momentos fuera objeto de denuncia por la prensa y que el Ayuntamiento estuviese a punto de cerrar el lavadero.

            La Senda continuaba a través de huertos distribuidos en bancales, tras los cuales se disponían los muros abalconados de los patios de las casas de la ciudad, sobre las que sobresalían las torres de la Catedral. Junto a estos huertos estaba el antiguo acueducto del Carmen, que algunos consideraban de origen romano, desaparecido por demolición en 1976; pero del que conservan fotografías de sus restos, con dieciséis arcos de medio punto construidos en piedra y ladrillo que sostenían el canal. Este acueducto canalizaba las aguas del raudal de Santa María, que nacía en el puente de Santa Ana, y abastecía a gran parte de la ciudad. Los restos del acueducto quedaron dentro del huerto del convento de San José, fundado en 1588 junto a la Senda de los Huertos; tras la exclaustración, en 1837 pasó a Rodrigo de Aranda; y en la segunda mitad del siglo XX formó parte del barandal del cine de verano Jardín, antes de desaparecer.

            La belleza y encanto de esta zona, a las afueras del casco urbano de la ciudad, llevó a edificar espléndidas caserías en estos huertos. Una de ellas, propiedad de Rodrigo de Aranda, conde de Humanes, donde se encontraba el Acueducto del Carmen, fue visitada por la reina Isabel II en su visita a la ciudad en 1862. Allí se le obsequió con fuegos artificiales y coplas. De aquella visita quedó reflejada una anécdota en el cancionero popular giennense, una de cuyas estrofas dice así:

 

“... La mujer de Juan del Hacha

a la reina le llevó

una mantilla encarnada,

pero la bandeja ¡no!...”

 

            Y es que la tarde anterior del 8 de octubre de 1862, en la recepción que dio la Reina, la mujer de un vecino de Jaén, Juan del Hacha, regaló a la Soberana una magnífica mantilla que ella personalmente había realizado con gran esfuerzo, la cual le presentó en una bandeja de plata. La Reina elogió la labor y recogió la mantilla en la bandeja para entregársela a un ujier. La mujer no pudo contenerse y exclamó: “¡No! ¡La bandeja no!”. Lo que causó grandes carcajadas entre los asistentes.

            Con el tiempo el barranco y la bella Senda de los Huertos se convirtieron en un basurero. A partir de la década de los sesenta del siglo XX la expansión del casco urbano aconsejó el encauzamiento y embovedado del barranco, por entonces prácticamente seco, debido a la edificación de los barrios de San Felipe, El Tomillo y El Almendral, que acabaron con las fuentes de agua que alimentaban el arroyo. Hoy día, la ronda Sur cubre el puente de la Alcantarilla y la avenida de los Escuderos el barranco, junto con las vistas de un paisaje rural que se resiste a borrarse de la retina de los paseantes del lugar.

            Al final de la Senda de los Huertos se encontraba el puente de la Alcantarilla, que le dio nombre al barrio. Puente por el que pasaba el camino que salía de la ciudad medieval por la puerta Noguera, al Sureste de población, y atravesaba el barranco de los Escuderos. Este camino conducía a la Sierra de Jaén, dehesa que abastecía de leña y carbón a la ciudad. No era más que un sendero que, tras pasar por el castillo de Otíñar, se introducía en la Sierra y llevaba a Granada. Era utilizado también por los labradores de las tierras fértiles del Llano y los Zumeles, por lo que era bastante transitado y fuera necesario el mantenimiento de un pequeño puente medieval sobre el profundo barranco de los Escuderos, por donde discurrían las aguas de los manantiales de la fuente de la Salud y Santa María, más las aguas residuales de la zona Sur de la ciudad.

            Este puente, hoy desaparecido, estaba situado en la actual confluencia de la calle ejido de la Alcantarilla, avenida de los Escuderos y carretera de Otíñar. Con frecuencia era arrastrado por las aguas de las tormentas que atronadoramente bajaban de las alturas de Almodóvar y El Almendral buscando el Guadalbullón. En época de la Ilustración se decidió construir un puente adecuado al tráfico de personas y mercancías que por él transitaban; lo que coincidió con la muerte, tras caer al barranco, del caballero veinticuatro Juan Manuel de Medina. El puente estaba construido basándose en tapial y madera, fábrica temporal que frecuentemente destruían las tormentas, agudizadas por la pronunciada pendiente de la cuenca del barranco, formada por las vertientes de los cerros de La Mella y El Neveral.

            El arquitecto de la nueva obra, Andrés de Zavala, redactó un proyecto en 1768 que, por pleitos con los vecinos de la zona, quedó en suspenso. Otros proyectos a cargo de los arquitectos Manuel de Godoy, Manuel Francisco de Llaneza y Manuel López, tampoco se llevaron a término. Mientras tanto, el mal estado del mismo llevó al Intendente provincial a cortar el tránsito por el puente en 1777. Finalmente se construyó según los planos de Andrés de Zavala, reformados por Manuel de Godoy.

            El puente aguantó en mal estado hasta 1837, por lo que el arquitecto José de Martos propuso la reedificación del arco y el recalzo de los cimientos, con mano de obra de presidio. Pero, acabadas las obras, una gran tormenta en agosto de 1837 se lo llevó, además del convento de Santa Ana, varias casas y un molino aceitero. El puente hubo de reedificarse a cargo del arquitecto Manuel María de Chávarri y fue fotografiado por Genaro Ximénez en 1862, cuya fotografía fue incluida en el álbum con el que se obsequió a Isabel II por su visita a la ciudad en 1862. La arquitectura del puente estuvo condicionada por la elevada profundidad y estrechez del barranco. Constaba de un solo arco con una anchura de seis metros, mientras que la del ojo era de dos metros. Se fundamentaba en dos grandes muros que servían de contención al terreno y sobre los que se levantaba un arco de medio punto.

            El puente fue degradándose con el paso del tiempo y a principios del siglo XX se había convertido en un vertedero. A partir de los años sesenta se levantaron naves que taparon el fondo de la Senda. Viviendas sociales se construyeron en el entorno, la apertura de la avenida de los Escuderos puso fin no solo al puente, sino a toda la Senda de los Huertos.

volver