PROEMIO

Juan Antonio López Cordero

 

(En Claustro Poético, núm. 17. Real Sociedad Económica de Amigos del País - Caja Rural de Jaén. Jaén, 2006, pp. 5-6)

 

La poesía tiene en la lengua la musicalidad que complementa su contenido. Hay lenguas en las que la poesía adquiere tal sonoridad, que las hace singularmente literarias. Tal es el galaico-portugués, lengua romance de origen medieval que se hablaba en toda la franja noroccidental de la Península Ibérica. Fue el vehículo de una importante tradición literaria, la lírica galaicoportuguesa, que ha llegado hasta nosotros en cancioneros, como los de Ajuda, de la Biblioteca Vaticana y el de Colocci-Brancuti, y con destacados poetas como Pero Amigo, Bernardo de Bonaval, Martín Codax, Airas Nunes y Pedro da Ponte.

También en Castilla y León, la sonoridad del galaico-portugués la hizo destacar en aquel mundo aguerrido como lengua culta desde finales del siglo XII hasta mediados del siglo XIV. En este idioma están escritas las Cantigas de Santa María, atribuidas a Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León. Son un conjunto de cuatrocientas veintisiete composiciones, fechadas entre 1260 y 1275. La mayoría de las cantigas estás compuestas por alabanzas a la Virgen María, en ellas se narran historias, milagros, juegos, etc., relacionados con Santa María. Otras, en menor número, son poemas en los que no figuran milagros, sino oraciones y reflexiones sobre la Virgen. Recogen hechos contemporáneos al tiempo que fueron escritas, siempre con fuerte carga emotiva.

Una de ellas, la cantiga 185, se sitúa en tierras giennenses, un poema en galaico-portugués que cuenta un hecho de guerra ocurrido entre los años 1271 y 1274 en relación con el rey Alhamar. El alcaide del castillo moro de Belmez, situado en las cercanías del de Chincoya, al otro lado del río, intentó tomarlo mediante un ardid, invitando a los cristianos a salir del castillo y festejar el pacto existente, y una vez sin defensa tomarlo. Los cristianos no cayeron en el mismo y fue sólo su alcaide. La leyenda dice que los cristianos se defendieron del ataque, despeñaron a tres moros asaltantes y pusieron en la torre la imagen de la Virgen, ante cuya presencia se obró el milagro y detuvo a los asaltantes.

El tema es un hecho común en época de guerra y zona de frontera, pero su carga emotiva es intensa en este mundo medieval. La sonoridad del galaico-portugués contribuye al ritmo musical de la cantiga creando la magia del poema en voz de los trovadores, algunas de cuyas estrofas son las siguientes:

 

"A pedras e a saetas mui de rrig' en derredor.

E os que dentro jazian ouveron tan gran pavor

que fillaron a omagen da Madre do Salvador

que estava na capela, desi fórona põer

...

E leixárona dizendo: «Veremo-lo que farás.»

Entonç' os conbatedores tornaron todos atras;

e tres mouros que entraran, chus negros que Satanas,

no castelo, os de dentro os fezeron en caer

...

E desta guisa Chincoya guardou a que todos dan

loores por ssa bondade, ca mui gran dereit' y an,

porque os seus mui ben guarda e aos outros affan

dá que contra ela ven, e faz vençudos seer."

 

Pero la poesía trasciende el tiempo y el espacio, es universal, es eterna, se mezcla con el entorno que le rodea, con la leyenda y el misterio. El castillo de Chincoya se perdió en la memoria desde que fue arrasado poco después por los benimerines, en 1275, y siglos después fue ubicado en los más diversos lugares. Buscamos el castillo con los textos literarios, que nos dicen que estaba cerca del castillo de Belmez, al otro lado del río Jandulilla, un castillo con doble recinto y acusada pendiente, como nos muestran las miniaturas del código escurialense T I.1. Y lo encontramos, junto a la sima de su nombre. Alli permanecen las ruinas de Chincoya, a unos escasos 100 metros del río, en su margen derecha, frente a la población de Bélmez de la Moraleda, en un promontorio que aprovecha la defensa natural de la peña donde se ubica, utilizando parte de su recinto las paredes de un profundo barranco como defensa, mientras que en el resto la acusada pendiente del promontorio supone un complemento a la protección de las murallas. El alcazarejo y la torre del homenaje se ubican al Sur del recinto, en lo más alto, protegidos por la alta pared rocosa de la peña, mientras que el recinto se extiende a su alrededor.

En la actualidad el castillo está muy arruinado y el solar del recinto es un erial en acusada pendiente, que en el pasado estuvo roturado y donde crecen algunos almendros, retamas y enebros. Sin embargo, aún permanece la poesía en el silencio de sus ruinas, como si el tiempo no hubiera pasado. Junto al castillo, el río Jandulilla sigue fluyendo como hace siglos, alimentado los caces milenarios que fertilizan las tierras de cultivo del estrecho valle. Frente a él, el castillo de Belmez y la torre del Lucero permanecen aún en alerta, pendientes de las ahumadas que avisan del peligro y llaman a rebato. A un lado, el cerro de la Atalaya sigue vigilando el valle del Jandulilla y al fondo las nevadas cumbres de Mágina parecen elevarse hasta el cielo. La poesía envuelve el entorno que lo rodea y penetra por las sendas de Cabritas y el arroyo del Gargantón hacia las tierras de Polera, un fértil campo de cultivo para el trovador, para el soñador y, también, para aquél que quiera comprender el origen de un milagro medieval cantado en galaico-portugués.

En estas tierras giennenses, pero en español  y ocho siglos después, otros poetas plasman en la revista Claustro Poético sentimientos y emociones. Nos dejan en sus páginas lo mejor de ellos mismos, lo más puro de su corazón, convirtiendo esta revista en algo vivo, palpitante; también producto de esta tierra envuelta en poesía y que, de una u otra forma continúa presente, hoy como ayer, en cada rincón de su geografía.

 

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