LA RITA

Juan Antonio López Cordero.

(En Claustro Poético, núm. 19. Asociación Cultural Claustro Poético. Jaén, 2008, pp. 22-23.)

 

Ya hace cuatro décadas que La Rita dejó este mundo. Vieja gitana de cuerpo cansado, rostro bonachón y moño altivo, a la que cada día veía pasar por mi calle. Con varetas de las olivas hacía cestos que, de casa en casa, iba cambiando por alimentos. Aquí un poco de pan, allí huevos, más allá unos cuantos tomates... Otras veces llevaba una espuerta de grea, tierra arcillosa que extraía del cerrillo de la Fuente para ser utilizarla en la limpieza del tizne de cerquillos y ollas del hogar, y una lata con la que fijaba la dosis para el trueque; pues la Rita nunca pedía limosna, era gitana sencilla y humilde, con varios hijos que, apenas crecieron, la sangre nómada les empujó a volar. Pero ella hacía tiempo que perdió sus alas y, sin embargo, volaba cuando el duende salía de su cuerpo en cante flamenco. Entonces lloraba, mientras por siguiriyas vibraba su garganta.

 

“Ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, yayai

me toy quemando, yo me toy quemando,

llamitas vivas y a paso que ando.

Ay ay como una cosa mía

ta querio yo, ta mirao yo, ta mirao yo;

pero quererte como yo a ti te quiero,

ya eso se acabó;

pero quererte como yo te quería,

ya eso se acabó;

como cosita mía ta mirao yo.”

            “Siguiriya”. Antología del cante flamenco y cante gitano. “La Piriñaca”

 

La Rita tenía duende, ese duende que, según Federico García Lorca (Teoría y Juego del duende), nos comunica la esencia del mundo, el que ocupa las últimas habitaciones de la sangre, “el duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies”. Para Manuel de Falla  (Nocturno del Generalife) “Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende”. Algo difícil de explicar, pues entra en el campo de  los sentimientos. El duende es poesía, está oculto y cuando sale rompe todo el entorno personal y es instintivamente descubierto.

 
   “La canción empieza y el Duende vaga libre, 
se enfoca el dolor del mundo en un lugar, 
y se saben pensamientos secretos a todo. 
Cuerdas de plata hila su tejido 
intrincado alrededor de los lamentos de pena.
 
   Un pájaro en la distancia coge el sonido en el viento
y vuela lejos de en la seguridad oscura de la noche.  
Pero hay ninguna ocultación del sonido, 
porque él extiende en los huecos más oscuros del alma.”
                           Duende, Roberto Lorenz.
 

            La Rita sólo cantaba cuando se lo pedía el alma, no lo podía hacer en cualquier momento. Tenía que esperar a que el duende caprichoso se despertase y vaciara su cántaro de sentimientos en su sangre gitana, esos que había ido acumulando a lo largo de su vida, pena y dolor con gotas de alegría, bien mezclados y sazonados junto a la tenue llama en largas noches de invierno, mucho frío, llantos de niño, pies descalzos, sabor a sangre en la boca...

 

“Aquél que nunca lloró

ni en su vida tuvo pena

vive feliz, pero ignora

si esta vida es mala o buena.

...

Qué son penas me preguntas.

No te lo puedo explicar.

Las penas son del que sufre,

y no son de nadie más.”

                         Soleares.

 

            Ella nunca pisó un estrado, ni cobró por su cante. Su duende surgía en cualquier momento y en cualquier lugar, en la calle o en la casa. Y cuando esto ocurría, los allí presentes formábamos un corro a su alrededor. Entre ¡ole! y ¡ole! vibrábamos con ella, contagiándonos de ese cante, de ese duende, que es otra forma de poesía, el grito más profundo y desgarrado del alma de ser humano.

            

 

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