EL PORTICHUELO DEL CAJIGAL.

Juan Antonio López Cordero

(Publicado en Pegalajar. Fiestas en Honor de Ntra Sra Virgen de las Nieves. Ayuntamiento. Pegalajar,2010 p. 86-89).

Pegalajar no ha estado exento de sucesos violentos significativos en su historia. Algunos de ellos fueron relevantes en su época y dejaron huella en la documentación escrita, no así en la memoria que no suele llegar mucho más allá de dos o tres generaciones. Uno de estos sucesos sangrientos aconteció al corregidor de Jaén don Antonio de las Infantas y Córdoba, el 19 de octubre de 1662, cuando con un grupo armado se dirigía a Pegalajar a apresar a varios vecinos.

El hecho tuvo lugar abajo del "Portichuelo de Cajigal", término de Mancha Real, en el antiguo camino que, faldeando el monte de Malpica, comunicaba esta población con Pegalajar. Es el paso natural para caballerías entre Mancha Real y Pegalajar. La construcción de la carretera en la década de 1910 dejó de lado este pequeño puerto o portichuelo, buscó un mejor paso para vehículos y carruajes superando con obras de ingeniería la orografía del terreno.

El trazado del antiguo camino, antes de llegar al Puerto de las Siete Pilillas, iba un poco más arriba de la actual carretera. Subía al Portichuelo desde la curva que hay junto al “Agujero del Aire”, donde se encuentra un sondeo hidrológico. Desde esta curva el camino asciende el antiguo Portichuelo del Cajigal, conocido hoy por las Heladas o las Heladillas.  El camino seguía por las Heladas y tras pasar junto a la Fuente de las Siete Pilillas tomaba el camino del Chorreadero hasta Pegalajar. En el mapa cartográfico 1:50.000 editado por el Instituto Geográfico y Estadístico en 1907 se puede observar este camino, del que aún quedan restos.

El lugar del antiguo Portichuelo del Cajigal está formado por una estrecha y larga meseta junto a una gran pared caliza con vegetación arbustiva. La altitud del macizo y la ubicación de la meseta al noroeste le dejan pocas horas de sol, permitiéndole mantener mayor humedad al terreno.

El topónimo Cajigal indica una vegetación arbórea con abundancia de quejigos (Quercus faginea), un tipo de árbol autóctono que suele encontrarse junta a la encina; es de hoja caduca con dientes poco profundos en su borde, que da como fruto bellotas cuya cúpula está recubierta con escamas aovadas. Su madera se ha empleado como combustible y sus hojas y frutos son aprovechados por el ganado. Suele ubicarse en lugares frescos. Es resistente a los rigores climáticos de frío, sequedad y contrastes térmicos.

En el pasado, el lugar debió albergar un bosque de encinas y quejigos, pero su desforestación y posterior roturación y cultivo acabó con casi todo el arbolado. El abandono del cultivo en la zona hace varias décadas ha permitido una lenta recuperación de la vegetación arbórea autóctona. Hoy presenta chaparros, encinas, algunos quejigos, junto con enebros y retamas en las zonas antes roturadas.

 

El Asesinato del Corregidor de Jaén en 1662.

El año 1662 se enmarca en el final del reinado de Felipe IV, que estuvo dominado por las campañas militares contra Francia, que concluyeron en 1659 con la Paz de los Pirineos, y contra Inglaterra y Portugal. Se le exigió un gran esfuerzo fiscal a los reinos peninsulares, en particular a Castilla. No obstante se produce la quiebra del sistema económico y financiero de la monarquía en diversas ocasiones, como en 1660 y 1662. Los servicios o impuestos extraordinarios provocaron disturbios en muchos lugares de la Corona. Ya en el invierno de 1652 hubo un inicio de alborotos en Pegalajar que fueron atajados por el corregidor de Jaén que envió a don Antonio Fernández de Viedma con guardas para mantener el orden[1]. La paciencia del exhausto pueblo de Pegalajar no pudo aguantar más cuando se decretó un nuevo servicio de 600.000 escudos de vellón en 1661 y otro más ese mismo año, unido a la devaluación de la moneda, y los vecinos se rebelaron cuando el juez don Manuel Méndez Correo acudió para cobrar la cuota de las rentas reales que correspondía a la población, con el que tuvieron "malos tratamientos". El juez denunció los hechos al Corregidor de Jaén, que acudió a Pegalajar con un grupo armado para apresar a los culpables. El Corregidor debió dirigirse primero a Mancha Real y allí pernoctar, por lo que no utilizó el camino principal que a través de las Coberteras comunicaba Jaén con Pegalajar y tomó el sendero que por el Portichuelo del Cajigal y el puerto de Letraña (las Siete Pilillas) enlaza Mancha Real y Pegalajar. Sin embargo, en el pueblo se tuvo conocimiento de su llegada y un grupo de rebeldes decidió cortarle el paso.

La emboscada tuvo lugar en la mañana del 19 de octubre de 1662, cuando el grupo del Corregidor iniciaba el ascenso al Portichuelo del Cajigal. Podría corresponder al poyo de las Heladas, por ser puerto pequeño o Portichuelo, pero posterior documentación ubican dicho puerto y emboscada en el camino real que a través del puerto alto comunica Mancha Real y Pegalajar. En el lado izquierdo de la subida, emboscados entre la vegetación, los rebeldes dispararon sus arcabuces y mataron al corregidor Antonio de las Infantas y a los guardas Antonio Gabuceo y Agustín de Herrera, e hirieron al guarda Juan Calderón. Aunque toda la nobleza de Jaén, ese mismo día salió en busca de los culpables, no pudieron hallarlos.

Por las investigaciones realizadas posteriormente se consideraron culpables directos de la emboscada a los vecinos de Pegalajar, Pedro de Valenzuela, Antonio Vacas Valenzuela, Pedro Vacas Catena, Pedro del Rio, Juan de Morales, Diego Mendo y Diego de Contreras; don Juan López de Mendoza, vecino de Jaén; y Teodoro de Tovar y Felipe de Bretones, vecinos del reino de Valencia y residentes en Pegalajar. A nueve de los implicados se les condenó a la horca y a degüello a Juan López de Mendoza, cuando los capturaran.

Las sentencias de la época iban acompañadas de un ritual para escarmiento. Una vez que se apresaran debían ser llevados a la cárcel real de la ciudad de Jaén, de donde se sacarían en mula, cubiertos de luto y en voz de pregonero delante se vocearía su delito a través de las calles acostumbradas hasta la plaza pública de Jaén, donde estaba el cadalso. Una vez ejecutados, sus cabezas serían cortadas y colgadas en un palo de una escarpia en la parte baja del Portichuelo del Cajigal, donde se dio muerte al corregidor Antonio de las Infantas y Córdoba. Además a los reos se les incautaban todos sus bienes.

Hubo muchos más implicados en los sucesos de rebelión, que desencadenaron el asesinato del corregidor, los cuales recibieron penas diversas: 15 vecinos fueron condenados a nueve años de pena en galeras; 2 al presidio de Orán o al Peñón en África entre cuatro y seis años; y 4 vecinos más a destierro mayor de veinte leguas de contorno durante cuatro años. El temor a las duras penas provocó la huida de muchos de los condenados. Algunos de los cuales formaron una partida armada dirigida por Pedro de Valenzuela. [2]

La partida de Pedro de Valenzuela.

Pedro de Valenzuela, vecino de Pegalajar, casado y con un hijo, estuvo involucrado en el movimiento vecinal de rechazo a las exacciones tributarias de la Corona y sus representantes, y posteriormente en el asesinato en emboscada del corregidor de Jaén y dos de sus guardas. Tuvo que huir con el resto de los implicados para no ser objeto de un escarmiento ejemplar por la parte de la justicia real. Formó una partida de bandoleros, cuyo ámbito de actuación tenía como centro la Sierra de Mágina y se ampliaba a las comarcas vecinas de la Sierra Sur, Sierra de Cazorla y los lugares limítrofes del reino de Granada. Desde 1662 a 1675 la partida se mantuvo numerosa y activa. No se entiende un período tan largo de actividad bandolera sin un apoyo de parte de la población, pues esta partida era un símbolo de rebelión popular ante las fuertes exacciones tributarias de una corona en crisis, que recaían sobre las clases trabajadoras.

En Julio de 1674 la partida de Pedro de Valenzuela se encontraba cerca de Pegalajar. Tuvo un enfrentamiento con un grupo numeroso de guardas capitaneado por el alguacil mayor Diego Pretel. El corregidor de Jaén Diego Jiménez Lobatón salió en su busca con numerosos guardas y gran parte de la nobleza de la ciudad, sin encontrarlos[3]. La Hacienda Real llevaba gastados más de 60.000 ducados en la infructuosa captura de la partida.

Al año siguiente, 1675, trece años después de “echarse al monte” y ser perseguido por la justicia real, Pedro de Valenzuela probablemente estaba enfermo, pues moriría de causa natural al poco tiempo. Quizás fuera ello lo que le movió a aprovechar la visita que hizo el cardenal Pascual de Aragón[4] este año como primado de la archidiócesis de Toledo por tierras del Adelantamiento de Cazorla, dependiente de dicha archidiócesis, para pedirle clemencia. Esta visita fue un gran acontecimiento para los habitantes de la zona. La fama del Cardenal, con grandes influencias en la Corte, llevó a Pedro de Valenzuela y sus hombres a pedirle clemencia y ponerse bajo el amparo de la jurisdicción eclesiástica.

Cuando el Cardenal volvía a Cazorla por tierras de Granada en el mes de julio de 1675, al pasar por Puebla de don Fadrique le entregaron una carta escrita por Pedro de Valenzuela. El Cardenal le contestó mediante otra misiva mandándole cuarenta doblones y el recado de que acudiera a verle. Por entonces, la cuadrilla de Pedro de Valenzuela estaba formada por trece bandoleros a caballo. La cita tuvo lugar entre los baños de Zújar y Pozo Alcón, en pleno campo, al amanecer, y aceptaron ponerse bajo la protección del Cardenal, con cuya comitiva entraron en Pozo Alcón, llamando los bandoleros la atención por sus figuras barbudas y míticas. Al día siguiente llegaron a Cazorla. El licenciado Juan Baca, testigo presencial, cuenta en su Relación de visitas de cómo Valenzuela se alojó en la casa del capellán del Cardenal y los demás bandoleros de la cuadrilla se albergaron en el castillo para evitar un posible linchamiento.

Mientras se tramitaba el indulto, Valenzuela y su cuadrilla estuvieron en el monasterio de monjes Basilios de la Santa Cruz de Villanueva del Arzobispo a expensas de Cardenal, siendo frecuentemente visitados por el licenciado Juan Baca. Valenzuela confesó ante los monjes, que solo él por su mano había cometido más de sesenta muertes. En este lugar, antes de la llegada del indulto, Pedro de Valenzuela murió. El Cardenal ordenó que se le enterrara con la mayor solemnidad y hasta con públicas honras. También escribió a la viuda y al hijo que vivían en Pegalajar en la mayor pobreza, para darles consuelo.[5]

    Cuando llegó, el indulto establecía para los miembros de la partida de Pedro Valenzuela la condición de servir al Rey en Cataluña contra los separatistas y franceses; y para Pedro de Valenzuela, ya difunto, la de servir en la plaza de Orán. La vida de estos hombres es la expresión de un bandolerismo endémico consecuencia de la injusticia social que secularmente ha estado presente en el mundo rural andaluz y que tuvo su más famosa representación en el bandolerismo del siglo XIX, extendida por el movimiento romántico de la época. El mito de rebelde invicto de Pedro de Valenzuela esconde un mundo trágico de enfrentamientos y muertes, de vida ardua en las sierras, penas y sacrificios…; junto con la pérdida de todo aquello que poseía, incluida la vida familiar, que también sufre sus consecuencias. Tuvieron que pasar trece años de lucha y sufrimientos para rendir a aquella partida de hombres libres, a los que el Cardenal Aragón, conocedor de sus vidas, no pudo menos que estimar y proteger.


[1] Archivo Municipal de Jaén, Libro de Actas, 5-enero-1652.

[2] Archivo Municipal de Jaén. Libro de actas, 19-octubre-1662 y 27-febrero-1663.

[3] Archivo Municipal de Jaén. Libro de actas, 25-julio-1654.

[4] El Cardenal Pascual de Aragón (1626-1677) fue un personaje principal en su época. Entre otros cargos, fue sucesivamente canónigo y dignidad del Cabildo de Toledo, capellán mayor de la capilla real de Reyes Nuevos en la catedral toledana, catedrático de Universidad de Santa Catalina de Toledo, promotor fiscal del Santo Oficio y más tarde Inquisidor General, cardenal en 1660, regente de Cataluña en el Consejo de Aragón, virrey de Nápoles, miembro de la Junta de Gobierno que gestionó la minoridad de Carlos II, etc.

[5] ESTÉNAGA Y ECHEVARRÍA, Frey Narciso. El cardenal Aragón (1626-1677). Estudio Histórico, 2 tomos, París, 1929.

Sobre Pedro de Valenzuela ver también: ORTEGA, I. “El Hermano Pascual”. Anuario del Adelantamiento de Cazorla, 1957, núm. 6, p. 17-18; LÓPEZ PÉREZ, Manuel. “El bandolerismo en la provincia de Jaén. Aproximación para su estudio”. Boletín del Instituto de Estudios Gienenses, núm. 121, p. 35; y CORONAS TEJADA, Luis. “Jaén, siglo XVII”. Instituto de Estudios Giennenses, Jaén, 1994, p. 423-424.

 

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