Albercas.

Antes que fuese calle ya recibía este paraje, limítrofe al Haza del Parral, el nombre de Albercas. Denominación que está en relación con la existencia de estas balsas en la zona, aprovechando el agua de La Charca y que estaban destinadas a la cocción de linos y esparto, como se pone de manifiesto en documentos fechados a mediados del siglo XVIII.

Aparece como calle a mediados del presente siglo, aunque la existencia de edificios en el paraje se remonta al menos a mediados del siglo XVIII, cuando aparecen censados en el mismo varios molinos aceiteros. Uno de ellos miraba al Sur y tenía "un portal, una piedra, una viga y cuatro tinajas, con veintidós varas de frente y nueve de fondo", según el Catastro del Marqués de la Ensenada.

La calle forma parte del camino que del ejido de La Charca llevaba a las huertas a través de Los Torrejones. En su trayecto se comunica con otro camino que atraviesa el Haza del Parral, hoy calle sin casas, y pequeñas veredas que llevan a distintos poyos de huerta del Puente de la Aceña, sobre el barranco Villajos. Por éstos bajan distintas acequias que regaban la huerta y daban agua para el funcionamiento de varios molinos harineros desde época musulmana. A mediados del siglo XVIII eran dos los molinos harineros existentes en la zona, en 1863 ocho, y actualmente no existe ninguno en funcionamiento, habiendo desaparecido o estando en estado ruinoso la mayoría de ellos. Actualmente sólo existe uno, el de Miguel Soto, en buen estado de conservación, constituyendo un tesoro del patrimonio histórico y cultural de la localidad, que podría desaparecer si no se le presta la atención que merece.

En 1860 también nos encontramos referencias de la existencia en este lugar de dos molinos aceiteros, actividad industrial que se ha mantenido hasta nuestros días, y cuya técnica ha evolucionado, pasando del antiguo sistema de viga al de torrecillas o rincón, y finalmente al de prensa hidráulica.

Tras la Guerra Civil, en la década de los cuarenta, en las Albercas estaban situadas las fábricas de aceites de Santa Victoria, cuyos propietarios eran Lucas Gómez Gámez, Manuel Ruiz Espinosa, Juan Sedeño González, Juan Manuel López Lucena y Pedro Antonio Cordero García; la de San Francisco, propiedad de Gregorio Chica Siles; y la llamada San Luis, propiedad de Emilio Gómez Medina y sus cuatro hermanos. Por entonces, la estrechez de la calle hacía que no llegasen los camiones hasta ellas con el consiguiente perjuicio económico, por lo que a finales de la década se realizó el ensanche.

En la década siguiente se afianzó la zona de las Albercas como polígono industrial del pueblo, y la calle recibió oficialmente su nombre en el callejero. Surgió la cooperativa aceitera Virgen de las Nieves, más conocida popularmente como "El Puntal", en el antiguo local de la fábrica Santa Victoria, fusionándose años después con la situada en la calle Tercias -Perpetuo Socorro-. De las fábricas particulares sólo han llegado a nuestros días, tras su división, las de Ildefonso Espinosa y herederos de Gregorio Chica. Otro molino aceitero, el de Hermoso, se transformó en los años sesenta en fábrica de jabón, desapareciendo en la década siguiente.